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Llegué al aeropuerto el sábado y me recibió mi mamá y mi hermano. Me monté en el carro y, sin aviso ni prólogo, la señora que me dio el segundo apellido también me dio un sobre blanco. Sólo la mano extendida y la carta. Justo en ese momento mi hermano cambió el CD del radio y supongo que la máquina se tardó en leer el nuevo disco, porque se dio un momento de silencio que hizo todo el asunto mucho más ominoso: la carta, la mano, el regreso al País después de año y pico.
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