Comí saludable una semana y esto fue lo que pasó
Comí saludable una semana y esto fue lo que pasó
Para ser honesta, nunca me he considerado una persona saludable. No hago ejercicio. No mantengo una dieta balanceada. No desayuno a menudo por vagancia o falta de tiempo. En resumen, me venía bien enfrentar la realidad. Quizá, un reto de comida saludable suena como una medida excesiva, pero, para una persona cuyas comidas favoritas circulan entre una combinación de quesadillas, arroz con salchichas y fast foods, era justo y necesario.
(Raiza Sophia Irizarry)
Me propuse contactar una nutricionista que me ayudara a formular un menú semanal con el que pudiese reestructurar mis hábitos alimenticios. Dejar atrás los omelettes que dan sentido a mis mañanas y obligarme a comer frutas y vegetales no era lo que tenía en mente para este semestre, pero ya son 21 años y, de ahora en adelante, hay que ponerse serio con la salud.
Según la nutricionista Natalie Torres, cómplice de este experimento, para tener una dieta balanceada se necesita ingerir comidas de todos los grupos controlando las porciones y modificando la receta para hacerla más nutritiva. Es decir, podría comer de todo pero tendría que ajustarme a ciertos cambios como no untarle crema de avellana a mis pancakes y dejar las papas fritas de fast foods. En realidad, no sonaba tan malo.
La semana previa al reto mantuve un récord de todo lo que comía buscando establecer similitudes y diferencias entre mis hábitos de nutrición y el nuevo estilo de vida que adoptaría. Comí como si fuera el fin del mundo porque, aunque no era precisamente el final de mi vida, sí terminaba un ciclo de brownies y mofongo con mayoketchup. Tenía que despedirme bien.
(Raiza Sophia Irizarry)
Una vez la licenciada Torres me hizo llegar su menú, me puse a la carga. Salí a comprar los víveres que necesitaba. Para mi sorpresa, muchos de los ingredientes en la lista ya tenían un espacio en mi nevera, así que no entendía por qué no había empezado a comer sano antes.
(Raiza Sophia Irizarry)
Lo que se dio en mi semana saludable fue un despliegue de platos cuyo glorioso sabor había olvidado: huevos hervidos con tostadas, viandas con bacalao, yogur y frutas. Normalmente, asociaba comidas como el bacalao y las viandas con mis abuelos, pero, luego de incluirlas en mi almuerzo, entiendo por qué otras generaciones se mantenían más saludables que nosotros.
(Raiza Sophia Irizarry)
Aún descubriendo lo bonito de la comida saludable, cambiar mi estilo de vida no fue fácil. Como universitaria, mi tiempo para preparar alimentos y comer es limitado. Por lo general, compro mis comidas afuera o brinco el desayuno por falta de tiempo. El reto implicaba organizar bien mi rutina para poder preparar los platos con anticipación y no omitir comidas.
(Raiza Sophia Irizarry)
Más allá de reconocer que se puede comer rico y saludable, comprendí que lo que ingerimos se traduce a cómo nos desempeñamos. El desayuno —especialmente los huevos y tostadas— me proveyeron energía suficiente para comenzar mi día sin necesidad de café y me mantuve llena hasta la hora de la merienda. De igual forma, comer snacks entre comidas fuertes me ayudó a mantener las porciones de mi almuerzo y cena balanceadas.
Sí, extraño los pancakes, los thai noodles con salsa soya y hamburguesas con bacon. Mi amor por la comida chatarra no ha disminuido. Aún recuerdo el sabor de las papas fritas (con suficiente sal para causar hipertensión inmediata) y escucho mis tripas rugir. Sin embargo, no sé si es la mayoría de edad o que los consejos de mi madre finalmente entraron por una oreja y se quedaron ahí dentro, pero reconozco que mi salud debe ir primero.
En un mundo de prisas, es fácil ignorar lo que nuestro cuerpo necesita. Pero, decirle adiós a las grasas y calorías innecesarias es un pequeño precio que estoy dispuesta a pagar para tener una vida plena.
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