A sus 84 años, la educadora ha construido un legado impresionante en defensa de los derechos de los hispanos en la zona de Washington D.C.
A sus 84 años, la educadora ha construido un legado impresionante en defensa de los derechos de los hispanos en la zona de Washington D.C.
6 de diciembre de 2023 - 11:40 PM
Washington D.C.– Por más de medio siglo, la puertorriqueña Sonia Gutiérrez, legendaria pionera de la educación para adultos latinos, ha vivido enamorada de esta ciudad y sus inmigrantes. “Si eres inmigrante, te doy alma, vida y corazón”, dijo Gutiérrez en una entrevista con El Nuevo Día en el edificio que lleva su nombre, sede principal de la escuela pública chárter internacional Carlos Rosario, que ofrece clases de inglés, preparación para el certificado de escuela secundaria, para obtener la ciudadanía estadounidense y carreras profesionales.
Los inicios de la escuela datan de hace medio siglo, cuando tenía alrededor de 100 estudiantes. Este año académico tiene unos 2,000. Rosario, un boricua nacido en una familia de educadores, encendió la llama del activismo latino en la ciudad. Sin embargo, Gutiérrez, reclutada por Rosario, dio forma a la escuela que surgió de programas de enseñanza del inglés impulsados desde la década de 1970 y que, tras una breve clausura, abrió sus puertas en 1997 bajo la estructura actual dentro del sistema educativo de la ciudad de Washington D.C.
El moderno edificio principal de la institución lleva el nombre de Gutiérrez. Hace ocho años, en junio de 2015, la alcaldesa Muriel Bowser nombró la calle que lleva al campus con el nombre de la líder educativa y comunitaria puertorriqueña. A sus 84 años, Gutiérrez, retirada del trabajo diario de la institución, de la cual es presidenta emérita, habla con orgullo de cómo se enamoró de la tarea de educar a los inmigrantes y de la ciudad en la que formó familia y tuvo tres hijos.
La líder boricua es nacida y criada en el Viejo San Juan, y producto de la Universidad de Puerto Rico (UPR), de donde se graduó con un bachillerato en Administración de Empresas y Finanzas. Luego, completó una maestría en Educación para Adultos en la Universidad del Distrito de Columbia (UDC).
A Washington D.C. llegó como turista. Tras el cierre de la empresa en la que trabajaba en San Juan, a principios de la década de 1960, decidió irse con unas amigas de paseo a Miami (Florida). De ahí pasaron a Washington D.C., donde pensó quedarse solo por un año. “Me enamoré primero de esta ciudad”, sostuvo.
En la capital federal consiguió trabajo en una empresa de electricidad y se casó con Stanley Fairchild, un oficial de la Marina que era parte de la guardia del presidente Lyndon B. Johnson, y con el que tuvo dos hijos, Jimmy y Bobby, este último fallecido hace tres años a causa de un ataque al corazón.
De su primer esposo, Fairchild, dijo: “Era un ‘marine’ tan y tan guapo”. Fairchild trabajó un tiempo en la Casa Blanca, pero luego, en medio de la guerra de Vietnam, fue movilizado a la base militar estadounidense de Okinawa en Japón.
“Mi papá, como boricua, me dijo ‘Señora, usted está casada, su marido no está allí, usted se viene para su casa en Puerto Rico y lo espera’. Eso era el ridículo más grande, pero yo, como una niña buena, estaba bien joven, con 23 años, hice lo que mi padre me dijo. Vendí mi carro y me fui para Puerto Rico, donde me fui a trabajar con Frigidaire”, dijo Gutiérrez, haciendo referencia a la empresa de electrodomésticos.
Su marido, al terminar su asignación militar, se fue a Puerto Rico a encontrarse con ella. Pero le pidió regresar unos meses a la zona de Washington D.C., donde se quedó a permanentemente desde entonces.
En ese momento, el activismo de Rosario generaba la primera Oficina de Asuntos Hispanos en la ciudad, en momentos en que las autoridades “no sabían” lidiar con los inmigrantes latinos que comenzaban a crear una comunidad en la zona.
“Los latinos hablamos alto y con las manos… La policía venía y los arrestaba porque decían que estaban peleando. Rosario decidió buscar una subvención para crear la oficina de Asuntos Hispanos y ayudarlos. Ahí comenzó todo”, explicó Gutiérrez, al reiterar que en Washington D.C. aprendió lo que era el discriminación y cómo esos prejuicios se extendían a los puertorriqueños.
Gutiérrez cuenta que redactando el lenguaje que reglamentó esa oficina, años después y ya divorciada, se enamoró de otro activista boricua, José Gutiérrez, con quien tuvo a su hija Michelle. El matrimonio terminó, no obstante, luego que José le pidiera el divorcio tras ella negarse a dejar el trabajo y dedicarse solo a su casa.
Rosario era entonces el líder de una naciente comunidad que presionaba por medio del cabildeo y protestas al gobierno municipal para que prestara atención a las necesidades de los hispanos en la ciudad, aún antes de la ola de salvadoreños que a partir de la década de 1980 arribó a Washington D.C. a causa de la guerra en su país.
El trabajo comunitario de Gutiérrez se dio de la mano de Rosario. Primero, se creó el Programa de Instrucción en Inglés para Latinoamericanos (PEILA, por sus siglas en inglés). Rosario, a quien ella apodaba “El Viejo”, la reclutó como consejera y luego, en 1972, como directora. Gutiérrez se convirtió en una líder por sus propios méritos. “Me volví una fiera. A mí nadie me ha dicho que no”, sostuvo, al indicar que en una época “hacíamos manifestaciones todas las semanas”.
“El Viejo” también le enseñó que para triunfar hay que aprender a hacer política. Gutiérrez agregó a la enseñanza del inglés el alcance al certificado de secundaria –GED, por sus siglas en inglés- estudiando en español, así como la educación para aspirar a la ciudadanía estadounidense. “En el invierno nos moríamos de frío porque no había calefacción y en el verano de calor porque no había acondicionador de aire”, sostuvo.
Poco a poco, los servicios gubernamentales comenzaron a tener en cuenta a la comunidad latina. En ese sentido, la ciudad facilitó para finales de la década un edificio desde el cual el programa liderado por Gutiérrez se transformó en el Centro Gordon de Educación para Adultos. Después de un breve cierre en medio de la crisis que provocó la imposición al gobierno de Washington D.C. de una junta de control fiscal, la institución reabrió en 1997 como el centro internacional de enseñanza para adultos que es hoy, dentro del sistema educativo de la ciudad.
Aunque la institución nació como un centro de enseñanza para latinos, su vinculación con el gobierno municipal hizo que se abriera a todo inmigrante. Todavía tiene una matrícula mayormente latina. Las clases incluyen cocina, computadoras y matemáticas. “Pelee con cualquiera por los inmigrantes, porque (muchos) son gente que viene a este país, que no tienen nada, que lo que quieren es trabajar, estudiar. Por eso, triunfan”, dijo.
Gutiérrez dejó la presidencia de la institución hace unos cuatro años, convencida de que se ha hecho mucho bien por los inmigrantes y por la ciudad. Destaca la exitosa presión que montó sobre el empresario de la industria hotelera, J.W. Marriott, que en dos etapas le donó a la institución unos $750,000.
“Cuando haces una cosa con amor, la cosa resulta”, dijo.
En su vida, Gutiérrez ha superado un tumor en el cerebro y el reemplazo de sus dos rodillas. Pero todavía se mantiene activa. Su tiempo libre lo dedica a dos grupos de puertorriqueñas: el ‘Borinquen Book Club’, con amigas como Patricia Sosa –quien fue presidenta de la Junta de Directores de la escuela-, Mirna Hernández y Mara López; y La Vanguardia, un grupo de puertorriqueñas jubiladas, que incluye a Ana Rosario, esposa de Carlos Rosario, hijo; y Vilma Rosario, hija de Carlos y quien todavía está en la junta directiva de la institución.
Con la llegada del nuevo año, planifica escribir un libro para contar la historia de la comunidad latina en Washington D.C. “Soy la única que queda viva (de los activistas) de la década de 1970. Voy a empezar a escribir en enero la historia, en la que va a estar incluida la escuela” y los puertorriqueños que en gran medida- afirmó- “creamos esta comunidad”.
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