En un lugar de Santurce, entre ensayos y escenarios, no ha mucho tiempo que andaba un caballero de los de pluma cortante, voz agradable, talento innegable y mente eficaz. Su paso es mucho más lento, por estos días, pero logra verse más o menos igual. El bastón en su mano le ayuda a mantenerse firme, mientras se traslada de lado a lado por los pasillos estrechos del teatro. Su figura de caballero triste, siempre delgada, lo hace ver muy alto, y sus cabellos y barbas blancas le han brindado, por décadas, la apariencia de un sabio. Cuando se habla de Jacobo Morales, sin embargo, las apariencias tienden a quedarse cortas.