El Nuevo Día acompañó a varios artesanos en el proceso de confeccionar caretas ponceñas y documentó la rica historia y orgullo del barrio en que se originaron
El Nuevo Día acompañó a varios artesanos en el proceso de confeccionar caretas ponceñas y documentó la rica historia y orgullo del barrio en que se originaron
4 de febrero de 2024 - 11:00 PM
En el extremo sur de Puerto Rico, cerca de donde la tierra se une con el mar, existe algo así como un pequeño país.
Toda la razón de su existencia se puede resumir en una simple frase, pintada para la posteridad en un mural colorido que queda a su entrada.
“Ser ponceño es un orgullo. Ser playero es un privilegio”.
Entre las palabras se pasean algunas figuras con dientes y cuernos filosos, que parecen raíces, vestidos con capas que dan la apariencia de alas, que podrían dar la impresión de ser seres demoníacos, pero nada quedaría más lejos de la verdad. Aquí, en este barrio, son el más alto símbolo del orgullo de una comunidad.
Es una mañana de sábado y en un espacioso taller en la Playa de Ponce se puede oler el aroma punzante de engrudo, un tipo de pegamento especial, preparado con agua y harina. Es de color oscuro y apesta como a humedad.
Los dedos callosos de un hombre se sumergen en la mezcla y luego la van untando en largas tiras de papel de estraza que ha rasgado en delgados pedazos tan solo momentos antes. Después, enrolla el papel alrededor de un molde largo y curvado.
“Llevo como 26 años haciendo máscaras”, comenta Edwin Muñiz sin separar la vista del cuerno que va formando con papel y pega. “Soy del centro de Ponce, pero llevo 13 años aquí, impartiendo estos talleres de cachete”.
—¿Y qué le llamó de esto?
“Yo tuve un accidente del que salí con una distrofia en la pierna izquierda y tenía que hacer algo. Siempre me gustó la careta, y había un negocio cerca de casa que vendía, todavía vende, caretas de vejigante. Yo las veía y después iba a casa y empezaba a hacer el procedimiento a mi manera. Soy autodidacta”, dice.
“Así seguí, hice mis caretas, vine a un evento aquí a la Playa de Ponce, en donde presenté mis caretas y una de las organizadoras me dijo, ‘espérate, no, yo te voy a llevar a Fomento’. Ella me llevó en su vehículo hasta allí y me dieron un certificado de artesano”.
Un hombre joven está sentado a la mesa donde el artesano trabaja, observando con cuidado, mientras el maestro va explicando los pasos a seguir hasta que, finalmente, le pasa el cuerno y los papeles para que continúe con la tarea.
“Aquí lo que hacemos es que rasgamos el papel”, dice Edwin, mientras va sacando tiras largas. “Hay quien lo hace pedacito a pedacito, pero ponerle pedacito a pedacito a eso… vamos a estar una semana”, dice, riendo.
Velando a su estudiante mientras va pegando papel al molde, Edwin revela el secreto más importante de la confección de máscaras.
“Yo uso agua de clavo para el engrudo y un poco de sal, a veces le pongo alcanfor, para matarle unos animales que se le pegan. Eso es lo más importante de esto, la pega. Yo a veces estoy hora y media haciendo la pega… Ahí, al final, úntale mucha, mucha pega, para que quede bien selladito”, le comenta a su estudiante.
En la misma mesa en la que trabajan maestro y alumno, un hombre flaco y de pelo canoso trabaja en su propia máscara, pero la suya es una versión miniatura. Pacientemente, va tomando y pegando pedacitos de papel a un molde no más grande que su propia mano.
“Esto lo empecé haciendo, buscando algo en qué entretenerme. Desde el año 1964, que me gradué de la universidad, empecé a trabajar en la industria. En ese momento no había mucho espacio para tú tener algún movimiento adicional. Pero después fue pasando el tiempo y quise buscar algo que hacer. Fui un día al Centro Cultural y dieron unos talleres de confección de caretas y los tomé. Eso fue como en el 93, y desde ahí”, cuenta Noel Torres.
Noel también es artesano e instructor. Lleva varios años ofreciendo clases sabatinas, junto a Edwin, en este mismo espacio, la Casa Museo del Vejigante, ubicado en la misma Playa de Ponce, dedicado a preservar la historia de la máscara ponceña.
Los pasos para confeccionar una careta de vejigante a este estilo son relativamente sencillos. Los materiales son fáciles de conseguir y no son costosos. Agua y harina para la pega, papel de estraza y periódico, y moldes para la cara y los cuernos.
Los moldes casi siempre se preparan vertiendo yeso o cemento en alguna máscara vieja, para que adquiera una forma de hocico. Para los cuernos, muchas veces se usan algunos de verdad, provenientes de algún animal, o los artesanos crean sus propios moldes con materiales que tengan a la mano.
El verdadero truco del arte de las máscaras está en la paciencia. Sobre los moldes se deben colocar varias capas de papel y hay que permitir que la pega se seque entre capas. La capa final debe ser en papel de periódico, pues es más fino y deja un aspecto más liso a la máscara. En total, una buena careta debe tener entre cinco o seis capas. Cuando ha quedado totalmente seca, adquiera una dureza increíble, lo que ha llevado a que la técnica reciba el nombre de cartón piedra.
Una vez todas las partes están listas, se cortan los ojos y la boca, y se pegan los cuernos, dientes y lenguas. En este paso es donde realmente brilla la creatividad del artesano y de donde salen algunas de las creaciones más extrañas e impresionantes. Al final, pintura y una capa de protector transparente, y el vejigante está listo para comer coco.
Noel lleva muchos años haciendo justo eso, tanto así, que durante este Carnaval de Vejigantes será homenajeado con un cargo muy especial.
“Esta gente me metió en un soberano problema, porque el otro día hubo una conferencia de prensa aquí y, para sorpresa mía, se habían confabulado para hacerme Gran Mariscal de la Playa de Ponce”, dice.
“Y te voy a confesar algo, tengo mariposas en el estómago”, añade, con emoción en la voz.
Y es que el cargo no es poca cosa. En el barrio Playa, se vive diferente al resto del pueblo. A pesar de la riqueza e importancia cultural del gran Carnaval de Ponce, hace 33 años, un grupo de playeros decidió que tendrían su propio carnaval, uno dedicado a la figura que nació en las entrañas de su comunidad, el Carnaval de Vejigantes de la Playa de Ponce.
“Son cosas que uno no espera y yo no soy muy amigo de los jolgorios, pero soy de la Playa y no puedo decir que no”, cuenta Noel, aun trabajando en su obra.
“No es solamente la máscara. El playero es orgulloso de la Playa de Ponce. Tú encuentras a algún playero en la isla y le preguntas de dónde es, te va a decir que de la Playa. ¡Somos de Ponce! Porque Ponce es, olvídate… no voy a decir el resto. El playero es primero playero, después ponceño y después lo demás que tú le quieras añadir”.
Gilberto Limardo Rodríguez es presidente del comité organizador del Carnaval de Vejigantes de la Playa de Ponce y director de la Casa Museo del Vejigante. Es un hombre robusto, de carácter alegre y gran personalidad.
“Este Carnaval tiene 33 años en los que lleva celebrandose continuamente. Es distinto al Carnaval de Ponce, que se celebra en el pueblo. En la Playa tenemos nuestro propio Carnaval. Usualmente, nosotros los playeros pensamos que esto es un pueblo aparte. Nuestro Carnaval está dedicado a la figura del vejigante porque es una figura que nace aquí”, explica.
Se cree que, en sus orígenes, la figura del vejigante ponceño estuvo inspirada en una tradición traída por migrantes dominicanos y haitianos que se establecieron en la Playa, creando los barrios Haití y Santo Domingo, y que celebraban festividades en las que sobresalía una figura llamada el diablo cojuelo, que luego fue expandida con la implementación de diseños de máscaras basadas en animales.
“El diablo cojuelo no era un diablo malo. Era bufon, criticón, bromista, y lo botan del infierno porque no era el diablo que se esperaba, y él lo que hacía era como que criticar al sistema”, dice Limardo.
Otro de los aspectos importantes para la formación de cualquier vejigante, es la confección de un traje. Aunque el arte de la creación de caretas estuvo en peligro en un momento dado, actualmente, es la escasez de costureros dedicados a estos disfraces, lo que pone en un poco de peligro la tradición.
Limary Rivera es una de esas costureras. Es una mujer dulce, que dice amar su cultura inmensamente. Ha creado un pequeño espacio en su propia casa en el que se dedica a confeccionarlos. Dependiendo de la complejidad, un traje puede costar de $120 a $150, o un poco más.
“Yo cogí un taller donde nos enseñaron a hacer un traje. La maestra nos enseñó los patrones y a como tomar las medidas y como implantarlas en el patrón, al igual que como se unen las piezas, poco a poco, hasta que el traje esté completo. A mí me gustan los colores llamativos y carnavalescos”, cuenta.
Pero no solo eso, Limary es, también, una vejigante. Lleva varios años vistiéndose y se siente muy feliz de ser una mujer visible en una tradición que por muchos años era dominada solo por hombres.
“Detrás de mí he arrastrado a montones de otras. Me gusta lo jocoso que se siente. Poder tener esa habilidad de llevar alegría a todos los pueblos. A la gente le gusta la alegría. Me encanta la cultura y me gusta transmitirla a otras personas”, dice, con orgullo visible en la cara.
Y es que las mujeres siguen dejando una marca importante en todos los aspectos de esta tradición. Sentada a una de las mesas en el taller de la Casa Museo del Vejigante, una joven le explica a un niño los pasos que debe seguir para hacer su primera máscara.
Calimar Rivera Limardo tiene 17 y es artesana y maestra, es pequeña, delgada y un poco tímida.
“Yo empecé a hacer máscaras desde bien nena. Creo que mi primera careta la hice con Edwin, cuando tenía como 6 o 7 años. Me gusta mantener mis manos ocupadas, ya que tengo problemas de atención. Hacer las caretas como que me enfoca y me tiene ahí”.
—¿Qué crees que representa la figura del vejigante en la cultura puertorriqueña?
“El punto del vejigante es la diversión. Divertirse el vejigante y divertir a las otras personas. Por eso el Carnaval es tan importante. No me veo haciendo máscaras como mi trabajo principal en un futuro, pero sí seguiré haciendo caretas. Soy tal vez una de las mujeres más jóvenes haciendo esto…”, responde, y luego se gira a contestar algunas dudas de su estudiante.
El filo del mediodía comienza a hacer sentir su calentón sobre la playa. Sentado en una silla en el espacioso taller, Gilberto Limardo ofrece una última reflexión.
“La Playa se desarrolla como una ciudad aparte de Ponce. Eran cosas aparte, que en un momento dado se unen. Nosotros tenemos nuestra propia patrona, que es la Virgen del Carmen, Ponce tiene otro patrón. Surge como un orgullo, y ha habido movimientos para independizarnos, pero no se ha logrado la independencia. La Playa ya tiene su personalidad propia, y hay un orgullo en decir que eres de la Playa y que somos diferentes a Ponce”.
A las afueras del taller, varias caretas se secan al sol. Las raíces de este pequeño país están más fuertes que nunca.
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