Una de las vistas más espectaculares hacia la Cordillera Central, se puede apreciar desde el Monasterio Santa Clara en Cidra, donde reside una decena de monjas que dedican su vida al servicio religioso sin apenas salir del convento.

Se trata de las Hermanas Clarisas de la Segunda Orden Franciscana, quienes llegaron a Puerto Rico a mediados de la década del 90, cuando el entonces obispo de la diócesis de Caguas, monseñor Enrique Hernández, solicitó al arzobispado de la iglesia en Lima, Perú, que enviara novicias de clausura.

Esto significa que las religiosas viven en completo encierro y solo pueden realizar gestiones personales, tales como ir al médico, banco o cualquier diligencia que requiera una visita presencial no delegable.

De hecho, tampoco salen a hacer compras, pero nunca les falta lo que necesitan, pues amparan su creencia en la Divina Providencia, según la abadesa o madre superiora, Rosa María de los Ángeles Peralta.

“En una orden de clausura nos dedicamos a servir a la iglesia desde el monasterio en silencio, en soledad, como intercesoras por el mundo. Nosotras, las hermanas, vivimos en el monasterio haciendo los cuatro votos de pobreza, castidad, obediencia y clausura. Quiere decir que, en nuestras vidas, está todo alrededor de la oración con el trabajo que hacemos dentro del monasterio”, destacó la religiosa de 69 años.

“Salimos por ahí al médico, diligencias personales del monasterio, la embajada. Salimos así, pues las compras en realidad, el corazón del puertorriqueño es muy grande. Las personas se encargan de traernos los alimentos. Nosotras les damos una listita de compra y ellos nos suben lo que necesitamos”, reveló.

La abadesa sostuvo que para realizar diligencias fuera del monasterio, requieren de un permiso que otorga al obispado de Caguas.

“Para nosotras poder salir, tenemos que pedir permiso al obispo, pero son casos, por ejemplo, para ir al banco, o para ir al médico, que nadie puede ir por nosotras, para la farmacia o documentos personales, que hay que hacerlos porque nosotras somos peruanas. Pero cuando vamos a sacar documentos, hay que ir personalmente porque nos exigen”, manifestó.

Ocho hermanas son de Perú, con excepción de Sor María Rosario que es de Carolina, Puerto Rico.

También aclaró que, además del Monasterio Santa Clara, hay otra orden de clausura en Villalba con hermanas procedentes de Nicaragua. “Es la misma orden, son independientes, ellas son de la diócesis de Ponce”, insistió.

¿Cómo viven las religiosas de clausura?

“El monasterio es un lugar donde hay hermanas que están al servicio de Dios, siguiendo la espiritualidad de Santa Clara. La orden fue fundada en 1212 en Asís, Italia. Hacemos las oraciones que nos manda la iglesia, las devociones, nos levantamos a las 4:00 de la mañana. Ya todas empezamos los rezos a las 5:30″, relató.

“Tenemos la Santa Misa, ponemos el Santísimo, trabajamos en la finca, hacemos la limpieza del monasterio y nuestra vida está girada en torno a la oración”, detalló.

Pero no todo es rezo, sino que allí cuentan con otros espacios como “un taller de costura, manualidades, sala de música y biblioteca”.

Asimismo, tienen una finca de ocho cuerdas a donde caminan y siembran aguacates, limones, ajíes dulces, papaya y flores del trópico, entre otras.

“Papito Dios nunca nos abandona, es lo que Dios impulsa en el corazón de tantos puertorriqueños que nos compran comida, ropa, zapatos, todo. Para la pandemia, la gente vino, las mujeres somos bravas y no las dejaron desamparadas. Dios es Dios, es Padre”, confesó al señalar que las monjas residentes en Cidra están entre los 35 a 69 años de edad.

De otra parte, mencionó que la instalación fue construida entre 2007 al 2014 a base de donaciones.

“Tenemos una iglesia que es para el público. Antes de la pandemia venían muchas personas, vienen distintos sacerdotes, tenemos una hospedería que son varios apartamentos, que están dentro del monasterio, pero fuera de la clausura. Es para personas que quieren pasar un retiro los fines de semana”, sostuvo.

Sin embargo, luego del huracán Fiona, los accesos hacia el monasterio, ubicado en la carretera PR-173 del barrio Montellano de Cidra, están en condiciones deplorables.

Allí el puente está a punto de colapsar y los caminos, prácticamente en tierra, son difíciles de transitar. “Muchos no se arriesgan, pero nosotras bajamos para recibir las compras que nos traen”, acotó.

“El monasterio es una casa de Dios a donde puede venir toda persona. Que sepan que estamos aquí para recibirlos”, manifestó.

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