El cantante llegó hasta Ceiba, donde caminó por el residencial público donde creció y visitó la escuela donde estudió
El cantante llegó hasta Ceiba, donde caminó por el residencial público donde creció y visitó la escuela donde estudió
1 de octubre de 2021 - 7:00 AM
Hace más de una década que Domingo Quiñones no visitaba el lugar donde fue feliz en su niñez. Regresar al municipio de Ceiba fue un cúmulo de emociones en las que revivió su crianza, su inicio escolar, el valor de la amistad y el significado de vivir en comunidad y en familia. Y es que aunque el cantante nació en New Jersey todos sus recuerdos de infancia se remontan al pueblo conocido como “La ciudad del marlin”.
A los cuatro años el artista apodado “El más que canta” llegó al residencial Jardines de Ceiba donde sembró sus raíces. Acompañado de su madre Carmen Arroyo y sus hermanos, Domingo aprendió que el sentido de pertenencia se establece en el lugar donde se es feliz y donde se proclama con orgullo “¡De aquí vengo yo!”.
Ceiba significa mucho en la vida del cantante. Es sus memorias trata de buscar una anécdota dura o triste y no lo recuerda. No es que no lo experimentó, es que para la voz de “Y tú cómo estás” las experiencias en su niñez y adolescencia fueron lecciones afortunadas que lo formaron y prepararon para la adultez.
Domingo llegó la semana pasada casi al mediodía al residencial público Jardines de Ceiba como parte del proyecto Somos Puerto Rico desde el mencionado municipio. Su primera reacción fue: “wow esto está igualito”. Su apartamento era el 22 en el edificio cinco en un segundo piso. Allí residió hasta los 14 años cuando su familia se trasladó a El Bronx en Nueva York. Domingo vivió además en Massachusetts y Connecticut. En la actualidad reside en Río Grande.
“Si mis hermanas ven esto… que muchos recuerdos. Esa cancha no estaba pintada pero ahí se jugaba baloncesto. Esta comunidad es pequeña. Aquí fueron mis mejores momentos. Aquí fue donde yo aprendí lo que es verdaderamente ser un boricua. Cuando llegué a Jardines de Ceiba para mí fue llegar a un paraíso. Aquí nació en mí el sentir de la música y hacía tantas cosas junto a mi familia y amistades. Con mis amistades hacía cosas que para mí no eran malas, por ejemplo, cuando caía la noche nos íbamos detrás de los edificios y le dábamos a las ventanas para que nos corrieran. Esa adrenalina me gustaba. Al lado izquierdo de la cancha estaba el ring para los guapetones. Aquí era que se medía si verdaderamente uno era quién decía que era. Yo era boxeador en aquel tiempo. Empecé a boxear a los 13 años y aquí me probé”, narró el cantante, mientras observaba el apartamento.
También recordó que fue en uno de los edificios del residencial que dio su primer beso a una chica. Bueno, aclaró que fue la joven quien lo besó porque “era como cinco años mayor que yo”.
La llegada del artista a la comunidad fue silenciosa, pero una vez se regó la voz entre los vecinos, comenzaron a llegar personas al residencial para saludarlo.
“Domingo, no me conoces. Soy Edwin Crespo nos criamos juntos. ¿Te acuerdas de mí?”, preguntó el residente de Ceiba que tuvo que bajarse la mascarilla para que el artista lo reconociera.
Una vez Domingo vio el rostro de su antiguo vecino lo reconoció y se confundieron en un abrazo que incluyó una fotografía.
“Domingo no se dejaba meter las manos. Era de los buenos a la hora de pelear”, rememoró el residente de Ceiba.
Otras de las antiguas vecinas del artista, -que tras conocer que el viejo amigo estaba en el pueblo costero llegó para saludarlo-, fue Sofi Pedraza. La residente rememoró junto a Domingo los nombres de los residentes de esa época por apartamento y las anécdotas de la niñez. Ambos conversaron junto a otro residente sobre el rumbo que tomaron muchas de las familias que vivieron en la comunidad. Pedraza elogió la personalidad del artista a quien describió como uno de los amigos más leales de la comunidad.
El cantante no solo visitó el caserío, sino que también llegó al lugar donde fue su primer trabajo en el cementerio municipal de Ceiba. El cementerio se ubica frente al residencial. Domingo solo tenía que cruzar la calle para trabajar como excavador de tumbas, junto a “Don Agustín”, quien era sepulturero en la década de 1970. Su trabajo consistía en cavar las fosas con una pala y desenterrar los restos de los muertos. Este trabajo, además de responsabilidad laboral, le permitió entender el proceso de la muerte por lo que expresó que “nunca me dio miedo”.
El artista quiso visitar la escuela elementa Santa Rosa, institución educativa que ahora es un centro SER en el casco urbano. Su paso por la escuela le provocó el recuerdo de todas las maestras que lo formaron como estudiante. Se describió como un “payaso” que le gustaba llamar la atención con el propósito de hacer reír al resto de los estudiantes.
La voz de “Se necesita un milagro” tiene muy presente que fue en la plaza pública del municipio que idealizó su futuro en la música de forma indirecta. Fue allí donde vio por primera vez al sonero mayor Ismael Rivera y quedó maravillado e impresionado con su talento.
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