Quizás sea una exageración decir que “The Electric State”, la adaptación de la novela gráfica homónima de Simon Stålenhag, sea la peor película que Netflix ha producido.

Lo que sí queda claro es que dado el nivel de talento involucrado en traer esta historia a la pantalla, que dramatiza una guerra entre humanos y robots durante la década de los 90, el filme sufre de una narcolepsia dramática terrible.

Los millones que se gastaron en el filme se ven en pantalla, pero ninguna de las decisiones creativas detrás de la cámara indica que esta es una película de los mismos directores que elevaron la acción en el universo de Marvel con “Captain America: The Winter Soldier”.

En su monólogo climático como el villano de la historia, Stanley Tucci repite “¿Qué rayos importa?” en múltiples ocasiones y ni se molesta en tratar de buscar una infección que le dé credibilidad al parlamento. Este parecería ser el mantra de los hermanos Russo para dirigir esta película y parecen haber contagiado a todo su elenco.

En el rol principal, Millie Bobby Brown constantemente está peleando para no rendirse, pero esta lucha la drena del carisma que ha destacado su presencia en pantalla.

De Chris Pratt (Keats) mientras menos se diga mejor, y la realidad es que no es culpa del actor. La lógica de su “casting” en esta producción parecería ser “él puede hacer para la nostalgia de los 90 lo que hizo para la nostalgia de los 70 y 80 en las películas de ‘Guardians of the Galaxy’”. El que nadie se molestara en darle profundidad a su personaje causa que lo más interesante que haga Keats en el filme sea cambiar de recorte a mitad de trama.

Usualmente lo único positivo que se puede decir de este tipo de oferta comercial es que entretiene a pesar de que su historia no sea particularmente original. En el caso de “The Electric State” lo opuesto es cierto. La historia, que mezcla convenciones de ciencia ficción con fantasía y crítica social, tiene todos los elementos para generar algo interesante y, en algunas ocasiones, original.

Lo que sucede es que la ejecución es tan pobre que parece que fue dirigida por alguien que está en coma. En cada uno de sus encuadres hay un sinnúmero de efectos especiales, pero la producción concluye sin haber conectado con una onza de creatividad.

Queda por ver si esto será una anomalía en la filmografía de Anthony y Joe Russo o si esto marca definitivamente el principio del final.