Recorrimos tres fincas para conocer a sus agricultores y recopilamos en un mapa dónde puedes conseguir productos frescos locales.
Recorrimos tres fincas para conocer a sus agricultores y recopilamos en un mapa dónde puedes conseguir productos frescos locales.
21 de marzo de 2024 - 10:15 AM
Nota del editor: Este reportaje es parte de Estar Bien, un plan de El Nuevo Día para acompañarte a que comas bien, te muevas más y descanses mejor. Apúntate aquí en nuestro boletín especial de Estar Bien para que no te pierdas ningún detalle.
Las tierras de las montañas más empinadas y de las llanuras de Puerto Rico son trabajadas todos los días por agricultores que quieren alimentarnos. Con sus manos recogen cultivos tradicionales como el plátano, la calabaza y las viandas. Y también gestan un esfuerzo menos conocido: cosechan insumos que usualmente llegan en vagones y nos demuestran el irrefutable potencial agrícola de nuestra isla.
El Nuevo Día hizo un recorrido por tres fincas para conocer sus rostros. En Santa Isabel, Ponce y Adjuntas escuchamos una consigna común: cultivan con “mucho sacrificio” para reducir nuestras importaciones de alimentos y poner salud sobre nuestras mesas.
Estuvimos con Josefina Arce, que regenera suelos fértiles en el sur; con Francisco Arroyo, que sortea las lluvias constantes a casi 3,000 pies de altura; y con Abner Santiago, que maniobra para cultivar todo el año a pesar de que, en verano, el calor arropa su terreno desde bien temprano.
Puerto Rico importa el 85% de sus alimentos, una cifra altísima que cobra fuerza cuando un huracán o tormenta nos deja todavía más vulnerables. Josefina Arce tiene ese porcentaje entre ceja y ceja. Desde hace 16 años intenta desafiarlo en su Finca Atabey, donde actualmente produce aguacates y unas brillantes calabazas doradas con sus flores deliciosas.
“Sabemos que Santa Isabel es uno de los centros de agricultura mejores de Puerto Rico, así que escogimos comprar esta finca aquí con dos intenciones. Primero, la seguridad alimentaria, que es algo que preocupa a todos los boricuas. Es importante que tengamos productos aquí y el tiempo nos ha dicho cada vez más lo importante que es esto. Estamos viendo el asunto de las guerras, de los huracanes y el problema que puede surgir de que no lleguen los productos a tiempo”, nos explicó.
Científica interesada en el cambio climático y en amplificar la “calidad del producto local”. “(Aquí) se recogen los frutos cuando ya están maduros en el árbol. Muchas veces, esos productos que vienen de afuera, los tienen que recoger verdes y no se completa el proceso. Y no saben igual”.
“Todo el que tiene un ‘palito’ en su casa y va y coge la acerola bien rojita, o lo que sea, sabe que eso es otra cosa. Y la nutrición es muy importante, es lo que nos da salud. Es nuestra gasolina. (...) A quien le interese comprar productos de aquí, nutritivos… hay alternativas”, nos dijo antes de alejarse en su tractor.
El profundo respeto que Josefina Arce da a nuestros suelos lo comparte Abner Santiago a unas millas de distancia en la finca El Reverdecer, en Ponce. Después de un periplo laboral en lugares tan lejanos como Rusia y Botsuana, ni el sol más abrasador que se cuela por las montañas que rodean sus cinco cuerdas de tierra le impiden cultivar de forma “limpia”. Así es como prefiere llamarle al cuidado de “trabajar en armonía con la tierra”.
“Estamos rodeados de montaña y, en el verano, ya a las 10:30 de la mañana es bien bien difícil trabajar. Por eso entonces tenemos el área del vivero”, contó llevándonos hasta él. Allí se asoman varios cultivos en filas, o “bancos”, bien alineadas. Ese día había cilantrillo, zanahoria, daikon, kale y pak choi.
Buena parte los vende a través de PRoduce, una red que conecta a unos 400 productores con consumidores y chefs. La otra la distribuye entre los clientes fijos con los que estableció relación cuando ofrecía sus insumos en mercados antes del golpe de la pandemia.
Santiago cuida sus cultivos de forma meticulosa. Los riega con agua que recoge de la lluvia y con productos naturales. “Yo le garantizo la calidad de nosotros, de un producto que no tiene ningún tipo de químico. Los mantenemos en sitios controlados. Por ejemplo, el insecticida que uso es aceite de nim (conocido también como neem) o hacemos diferentes infusiones con cáscaras de cítricos”, detalló.
El cielo ‘cerrado’ hace suponer que está por caer la noche en el barrio Yayales de Adjuntas. Es un escenario frecuente y una bendición disfrazada para Francisco Arroyo, un agricultor que hace ocho años regresó de Florida para sembrar en una montaña a casi 3,000 pies de altura.
“Este microclima me permite sembrar en verano cuando todo el mundo tiene que parar”, contó Arroyo, propietario de K&V Farm de Caribe. Ha “aprendido a bregar” con la lluvia constante, y la prueba está en la variedad que tenía lista el día que fuimos a visitarle.
Cultivos bien tradicionales como el plátano y otros que no lo son tanto como el ajo puerro y el hinojo. “Cultivamos esto con mucho sacrificio, aquí no hay romanticismo (...) nosotros nos dedicamos a la consistencia”, dijo junto a sus cajas timbradas con la frase “productos de Puerto Rico”.
En sus palabras se percibió un tremendo compromiso e ilusión por dos cosas: que se apoye más el insumo local y haya más puertorriqueños con ganas de trabajar la tierra.
“Las escalas en Puerto Rico son muy pequeñas. Aquí hay mucho dinero de vegetales, pero llega en vagones”, reconoció. “Estamos buscando que gente joven, que tenga mucho compromiso, quiera entrar en la agricultura, porque si no tienen las ganas de hacer el esfuerzo y el sacrificio, estos negocios no salen adelante”, acotó.
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