

15 de marzo de 2025 - 10:14 AM
La vida de Ana Luiza Prestes cambió cuando le diagnosticaron un cáncer poco común que afecta la cabeza y el cuello.
La dentista, de 29 años y residente de São Paulo, Brasil, enfrentó una enfermedad agresiva que requirió la extirpación de una parte significativa de su maxilar. “Fue el día más difícil de toda mi vida, sin lugar a dudas”, expresó en una entrevista con Crescer.
El primer indicio de que algo no estaba bien fue una parestesia, una sensación de adormecimiento en la mitad del paladar. “El primer síntoma fue una parestesia, popularmente llamada sensación de adormecimiento en la mitad del paladar”, explicó. Días después, el malestar se intensificó cuando comenzó a experimentar dolor en la zona de la glándula salival al ingerir líquidos fríos, jugos o alimentos ácidos. Con el tiempo, el dolor se extendió a su rostro y se localizó en el área donde se encontraba el tumor.
Los síntomas avanzaron hasta afectar su respiración. “Unos meses después, sentí que ya no podía respirar por la fosa nasal izquierda. Fue entonces cuando el tumor había crecido tanto que me obstruía el paso del aire por la nariz”, recordó. Alarmada por estos cambios, consultó a un otorrinolaringólogo, quien le indicó una tomografía computarizada.
Los resultados mostraron un tumor de 5 centímetros en la región maxilar. “Fue el día más difícil de mi vida, sin duda alguna. Escuchar al médico decir que era cáncer, preguntarme si iba a morir y solo escuchar un silencio ensordecedor, seguido de una cara de preocupación y las palabras: ‘Primero necesitamos saber de qué tipo de tumor estamos hablando’, fue desgarrador, indescriptible”, relató.
El impacto emocional fue profundo. “Llegar a casa y tener que invitar a mis padres a sentarme y contarles la noticia más difícil de sus vidas me destrozó. Fue el día en que más sentí lo frágiles que somos y lo dependientes que somos de Dios para que nos restaure y nos dé la fuerza para seguir adelante”, agregó.
Luego del diagnóstico, Ana Luiza consultó a un cirujano y fue sometida a una biopsia para definir el tratamiento. Se confirmó que padecía un carcinoma adenoide quístico, una enfermedad que afecta a 4.5 de cada 100,000 personas, según datos de la Clínica Cleveland. “El tratamiento fue solo quirúrgico y radioterapia, para garantizar una mayor seguridad y evitar que volviera. No responde a la quimioterapia, así que no era una opción”, explicó.
Viajó a Curitiba, Paraná, donde fue operada para remover por completo el tumor. La intervención, que duró 13 horas, implicó la extracción de la mitad de su mandíbula, así como estructuras cercanas para evitar la presencia de células cancerígenas. La reconstrucción se realizó con piel y un fragmento de hueso del peroné.
Tras algunos días en la UCI, regresó a casa, pero el injerto perdió circulación sanguínea y tuvo que ser reemplazado con piel y músculo del muslo. Luego de recuperarse, recibió 30 sesiones de radioterapia. “Cuando ya estaba en casa, el injerto dejó de perfundir sangre, lo que significó que lo perdí y tuve que rehacerlo urgentemente. Esta vez usando solo la piel y los músculos del muslo. Otra cirugía mayor… En cuanto me recuperé, me sometí a otras 30 sesiones de radioterapia”, contó a la revista.
El diagnóstico llegó cuando su hija, Cecília, tenía un año y seis meses y aún estaba en período de lactancia. “Recuerdo despertarme el día de la cirugía, amamantarla por última vez y despedirme para pasar los siguientes días en el hospital”, dijo.
Para prepararla para su ausencia, le relataba historias sobre su partida temporal. “Lo que hice, cuando empecé a sentirme más fuerte emocionalmente, fue contarle una historia: que mamá tendría que ir al médico unos días, que se quedaría con la abuela y el papá, y que, cuando mamá se recuperara, volvería”, recordó.
El temor de no estar presente para su hija fue una de las partes más difíciles de su enfermedad. “Lo que nadie te cuenta es el dolor inconmensurable de mirar a tu hijo y pensar que mañana podrías no estar aquí, y que él tendrá que crecer con el dolor de no tener a su madre cerca. Creo que solo una madre y un padre pueden comprender este miedo de ‘no estar aquí’ para sus hijos… De todas las dificultades y desafíos de la enfermedad, esta fue sin duda la mayor de todas”, expresó.
El apoyo de su familia fue fundamental. “Mis hermanos, cuñados, padres, suegros, mi esposo, todos se turnaron para cuidarme y darle mucho amor a mi hija para que este momento fuera más fácil para ambos”, comentó.
Tras finalizar la radioterapia el 20 de marzo de 2024, fue recibida por su familia con carteles y flores. “¡Mi familia me esperaba con carteles, flores y regalos para abrazarme y celebrar conmigo el final de la parte más difícil del tratamiento! Cuando los vi a todos allí, juntos, rompí a llorar y sigo haciéndolo cada vez que recuerdo ese día”, dijo. “Seguimos monitoreándolo y, gracias a Dios, todavía no tengo ninguna señal de que el tumor haya vuelto”, añadió.
El proceso la llevó a reflexionar sobre su vida y sus prioridades. “Cambió por completo mi forma de ver la vida, de relacionarme con la gente, conmigo misma, con Dios, con la maternidad... Pude sentir en carne propia el miedo y el dolor de perderlo todo, y me mostró cuánto nos importan las cosas pequeñas de nuestra vida diaria. Cómo nos preocupamos por cosas que no merecen nuestra atención. Reafirmó en mí lo increíble que es mi familia”, destacó.
En la actualidad, se enfoca en disfrutar el tiempo con su hija sin seguir estrictamente reglas de crianza. “Me hizo alejarme de ese rol de madre que quiere hacer todo según el ‘libro’ y conectar mucho más con mi hija y la madre que ella necesita que sea”, concluyó.
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