Esta comunidad puertorriqueña en Massachusetts, liderada por Inquilinos Boricuas en Acción, ganó la batalla contra la gentrificación y se convirtió en un modelo nacional de derechos civiles, organización comunitaria y vivienda asequible
Esta comunidad puertorriqueña en Massachusetts, liderada por Inquilinos Boricuas en Acción, ganó la batalla contra la gentrificación y se convirtió en un modelo nacional de derechos civiles, organización comunitaria y vivienda asequible
31 de julio de 2023 - 11:43 PM
Boston – Un grito de victoria estalla con dulzura en medio de una plaza pública. Es el voceado “¡viva Puerto Rico!” de un hombre que saluda a diestra y siniestra, que camina a toda prisa sin perder su tumba’o ni su sonrisa. Quienes lo oyen, en dos segundos, se enderezan, pecho inflado, y antes de levantar la mirada, responden con un par de carcajadas. La victoria es una conexión de orgullo patrio.
Pero esto no es el 100x35.
En un día de verano en julio, las temperaturas ya no descienden bajo los cero grados en Boston, en el estado de Massachusetts. El sol resplandece sobre una inmensa monoestrellada boricua en la entrada de un restaurante. El lugar es Villa Victoria, considerado por historiadores y activistas como un modelo nacional de derechos civiles, organización comunitaria, vivienda asequible, educación y proyectos de arte en Estados Unidos.
Cuando, a principios del siglo 20, South End se convirtió en un vecindario asequible para inmigrantes y personas pobres en Boston, familias enteras de puertorriqueños se mudaron a la Parcela 19, donde muchos vivían en condiciones deplorables. Con el tiempo, la ciudad impuso un plan de desarrollo. Sin embargo, los boricuas dijeron no a la gentrificación, se organizaron y se negaron a ser desplazados con el apoyo de cientos de manifestantes. En 1968, ganaron la batalla. La parcela pasó a ser Villa Victoria.
Decidieron reconstruir y revitalizar su comunidad en sus propios términos con la creación de Inquilinos Boricuas en Acción (IBA), organización sin fines de lucro que, por más de medio siglo, se ha encargado de desarrollar y administrar las residencias del área.
“Fueron un grupo de puertorriqueños extremadamente visionarios. No tenían muchos recursos porque eran personas de clase trabajadora y de bajos recursos que laboraban en fábricas, fincas o en granjas recogiendo productos. Pero tenían visión. Estaban determinados”, explicó Vanessa Calderón-Rosado, quien se destaca como principal ejecuiva (CEO) de IBA hace dos décadas.
“Lucha puertorriqueña, orgullo borincano” es el mensaje que da la bienvenida hoy al vecindario en su emblemática Plaza Betances. Al otro lado del letrero, elevado frente a una bodega y un restaurante de comida criolla llamado Vejigantes, el saludo todavía parece más una advertencia: “No nos mudaremos de la Parcela 19″.
En ese espacio abierto, que conecta a la vecindad, la gente se saluda por nombre. Protegido del sol con un gorro de pescar, un señor lleva en la frente el gentilicio “boricua” mientras la palabra “América” cruza su camiseta roja. Chismea con otros sobre un partido de los Red Sox de Boston, donde varios puertorriqueños, entre ellos, Alex Cora y Ramón Vázquez, ocupan importantes posiciones. Hay carcajadas, y sutiles empujones son señales de amistad.
Es solo uno de múltiples juntes espontáneos de vecinos en la zona, donde IBA administra 667 residencias habitadas por unas 1,200 personas de bajos recursos en Boston. Esta ciudad es la séptima con mayor cantidad de boricuas en Estados Unidos, mientras Massachusetts ocupa la quinta posición entre los estados, según la Encuesta de la Comunidad de 2021 del Censo federal, con datos recopilados por el Centro de Estudios Puertorriqueños de Hunter College.
Con las viviendas en su núcleo, IBA apoya a familias para romper el ciclo de la pobreza mediante una serie de iniciativas, como su programa de empoderamiento financiero.
Debido a los efectos socioeconómicos que muchos hispanoparlantes enfrentan por no hablar inglés en Estados Unidos, la entidad lidera también un programa de educación temprana bilingüe que beneficia a menores entre los 4 meses y 5 años. Además, con el respaldo de estipendios, decenas de adolescentes toman talleres sobre cómo ahorrar dinero e invertir en su futuro. Forma parte de un programa de desarrollo juvenil de IBA, que incluye apoyo educativo para que chamacos tracen metas profesionales, comunitarias y financieras.
Son oportunidades que William Del Valle García, quien vive en Boston desde 1974, no pudo aprovechar cuando, en su infancia, migró de San Lorenzo a la ciudad de Filadelfia.
“Éramos pobres. El ‘pai’ mío nos cogió cuando éramos chiquitos, hacía lo que podía hacer y nos creció. No teníamos buenos trabajos ni good education (buena educación). Los idiomas míos (inglés y español) son broken-down, rompíos (rotos). No llegué a aprender bien porque éramos un poquito slow (lentos), brincando de escuelas y diferentes sitios. Nos daban queso, welfare. Con eso y mucho trabajo, echamos pa’lante”, recordó.
Al filo del mediodía, el hombre de 63 años se asoma por las oficinas de IBA, en Villa Victoria, abre la puerta y murmulla un discurso inesperado.
“¡Gracias! Estaba sorprendido. Me llegó una fundita a la casa con comida. Todo el mundo recibe cosas, pero no todo el mundo da las gracias a la gente que está ayudando”, expresó, tras recibir un saco con alimentos donados por Goya a raíz de gestiones de IBA.
Años antes, la organización le dio la mano a través de su programa de servicio a la comunidad. “Yo tenía problemas con Social Security (Seguro Social) porque no lo querían con el papelito ese de plástico, y el birth certificate (certificado de nacimiento) lo querían nuevo. Vine por aquí y me ayudaron”, agradeció.
Del Valle García contó que trabaja desde los 12 años, cuando comenzó a escarbar entre la basura, y vendía lo que podía por varios dólares. “En un cuartito chiquito, vivíamos el papá mío, el tío mío y cuatro hermanos. Buscamos por ahí cosas viejas, y me hacía un poquito de chavitos. No cogimos vicios ni drogas ni na’”, relató.
Con orgullo, narra que se convirtió en padre y crió a sus dos hijos restaurando bicicletas, apostando a la creatividad para darles de comer.
“Ahora, se me están durmiendo las manos. Tengo dos nervios pinchados, y otro nervio pinchado en la pata también. Pero la lucha valió la pena. Cuando llegamos a Boston, nada de esto estaba aquí. To’ abandonado. Todo esto estaba con factorías. Después, pelearon para conseguir esto, para que todo se quedara aquí”, dijo.
Sin desechar ni esconder su identidad, los boricuas de Villa Victoria demolieron mucho a su alrededor en los años 70. Comenzaron desde el suelo. Edificaron casas con ladrillos y partes de concreto, donde familias multigeneracionales comenzaron a dividirse en unidades de dos pisos. Colocaron la bandera de Puerto Rico en sus puertas y ventanas, una realidad que todavía se aprecia entre sus dos calles. Estas pequeñas vías en forma de “U”, conectadas de forma invertida y rodeadas de árboles, llevan por nombres San Juan y Aguadilla.
“Siempre digo que quienes pasan por estas calles viven aquí, nos visitan o están perdidos”, manifestó Calderón-Rosado.
En cambio, poco a poco, muchos se pasean a diario por el mural que la comunidad dedicó a la isla en 1979. Con la ayuda de decenas de niños y residentes, la artista estadounidense Lilli Ann K. Rosenberg diseñó y creó la pieza inspirada en el prócer Ramón Emeterio Betances, a quien se le conoce como el “Padre de la patria puertorriqueña”, el “médico de los pobres y los negros” y quien fue una figura clave en la organización del Gritos de Lares.
“Este mural es regalo de la comunidad hispana a esta y futuras generaciones”, escribieron los creadores de la obra en la parte inferior de la pared, decorada con piezas de barro y mosaicos.
Desde indios taínos y jíbaras hasta colonizadores y símbolos del catolicismo traído por los españoles, el mural cuenta la historia de Puerto Rico. Güiros, el cuatro puertorriqueño y maracas saltan a gallos, peces y el coquí, entre el verdor de nuestra tierra y el sol que calienta las costas boricuas en esta obra de la Plaza Betances.
IBA aún mantiene viva la cultura puertorriqueña a través de su programa de arte, integrando actividades de artesanía, baile, gastronomía y música, como su Festival Betances, que este año cumplió medio siglo de celebración.
“Es importante para IBA seguir reafirmando nuestra identidad puertorriqueña y latina en Boston. Las artes son una herramienta importantísima, no solo para celebrar nuestra herencia, raíces e historia, sino también como una herramienta para edificar y construir una comunidad más sana, segura e involucrada”, consideró Calderón-Rosado.
“Está bueno esto aquí. No hay problema ni nada; (está) todo tranquilo”, coincidió Petra Maldonado Burgos, en la esquina de Villa Victoria donde reside hace 25 años.
A sus ocho décadas de vida, juega dominó casi todas las tardes mientras la monoestrellada ondea cerca de la puerta de su casa. Cuando alguien la saluda, allí se para con un patriótico canto. “¡Yo soy boricua pa’ que ustedes lo sepan!”, exclama quien se mudó de Las Piedras al estado de Nueva Jersey entrando su adolescencia, antes de establecerse en Massachusetts.
Al lado de una figura de la Virgen, se despide: “¡Qué Dios te cuide y te acompañe mucho! ¡Qué vayan con Dios!”. Pero el adiós llega con otro saludo. Anuncia sonriente que, en Boston, parió 11 hijos y que tiene 37 nietos. Una de sus nietas fue miembro de la Junta de Directores de IBA.
“Hay muchas historias en Villa Victoria y, con ellas, varias lecciones. En primer lugar, la fuerza está en la unión porque esta comunidad logró juntarse más allá de divisiones políticas para lograr un cometido. En segundo lugar, este grito de lucha muestra que sí se pueden romper los esquemas coloniales que cargamos, a veces, cuando pensamos que no podemos porque no tenemos los recursos o porque estamos peleando contra algo más grande que nosotros”, reafirmó Calderón-Rosado.
”Villa Victoria nos ha enseñado que podemos visualizar un futuro mejor y a no conformarnos con lo que se nos ofrece”, abundó la principal ejecuiva de IBA.
Esas enseñanzas, sostuvo, podrían trasladarse a Puerto Rico en medio de los procesos de gentrificación que se viven en pueblos como Dorado, Vieques y Rincón, además de zonas sanjuaneras como Santurce y Río Piedras, donde nació.
“Estas luchas las hemos estado viendo recientemente bien marcadas en ciertas áreas de la isla, donde hay resistencia ante cambios que amenazan con desplazamientos”, señaló la ejecutiva, quien acepta que “es difícil crear balance cuando hablamos de desarrollo económico, pero hay formas de lograrlo”.
“Los sistemas están basados en el capitalismo, favorecen las organizaciones y personas que tienen más capital. Para evitar estos desplazamientos, se requiere mucha fuerza comunitaria para organizarse y resistir esos cambios. Sin embargo, también se necesita un esfuerzo grande de las entidades gubernamentales, que digan: quizás necesitas capital externo para el desarrollo, pero que la balanza no favorezca ese capital externo, sino que haya una planificación donde la equidad esté en el centro”, planteó.
En medio de esa ecuación, IBA reconoce la importancia de adaptarse con el tiempo a las cambiantes y particulares necesidades de su comunidad.
Actualmente, el 87% de los residentes en Villa Victoria solo generan $30,000 o menos al año, según los datos de la entidad. En promedio, los hogares pagan $330 de renta mensual.
Aunque todavía permea la puertorriqueñidad, es hoy un vecindario multicultural. Los latinos –la mayoría boricuas– representan el 48% de la comunidad. Sin embargo, hay una creciente población asiática que ronda el 27%, mientras un 20% de sus residentes son afroestadounidenses e inmigrantes negros.
Las mujeres encabezan el 68% de las viviendas. Además, una tercera parte de las personas en esta comunidad son adultos mayores, por lo que IBA se balancea entre atender las necesidades de este sector y apelar a las generaciones jóvenes a través del arte.
El arte, precisamente, es una de sus grandes inversiones como pilar de desarrollo socioeconómico.
IBA busca seguir creando viviendas asequibles. Para hacerlo, tiene como objetivo edificar su emblemático centro de artes, que tuvieron que demoler, en 2020, cuando la ciudad ordenó su cierre por serios problemas estructurales. A finales de 2023, la organización planifica comenzar la construcción de su nueva sede, informó Calderón-Rosado. Se llamará La CASA, como un centro de artes, autodeterminación y activismo.
La inversión de este edificio asciende a $27 millones, incluyendo financiamiento, fondos federales y estatales, además de una campaña capital (fundraising) de $8 millones, de los cuales ya se han recaudado $5 millones, según la entidad. Cuando se complete esa mudanza, las actuales instalaciones de IBA serían convertidas en residencias.
En el centro de toda esta planificación, está la CEO de IBA. Con su familia en Naguabo y Vieques, Calderón-Rosado estudió educación en la Universidad de Puerto Rico, fue maestra de tercer grado un año y completó una maestría en patología del habla y lenguaje. Llegó a Boston en 1992 para hacer un doctorado en política pública en la Universidad de Massachusetts (UMass). Tenía la intención volver a la isla, pero se quedó en la ciudad, donde vive hace tres décadas.
“Terminé quedándome por la oportunidad de hacer trabajo de comunidad y utilizar mis talentos para ayudar a avanzar esos principios de equidad y justicia. Pero sigo conectada con la isla. Puerto Rico tiene muchísimo que ofrecer. Siempre he entendido que el puertorriqueño tiene ese potencial de luchar, de romper esquemas y lograr una mejor calidad de vida”, dijo.
Cerca de ella, gritan “¡Willy!”. Saludan al hombre que pinta una pared y que, por tres décadas, ha tomado en sus manos el mantenimiento de las instalaciones de IBA. William Valentín Ramos, de 63 años, se mudó a Boston en 1973, cuando su familia salió de Arroyo en busca de una mejor calidad de vida.
“Éramos 11 hermanos. Yo recuerdo que solo tenía un par de ropa. Papi tenía una comadre que, cuando vio cómo vivíamos, en una casita de zinc, esa señora nos consiguió todos los pasajes. Mi papá siempre me decía que teníamos que trabajar. Cuando yo empecé aquí, (al recordar) cómo era este lugar y (al ver) lo que es ahora, es una cosa increíble. Me siento superorgulloso. He crecido aquí. Hice mi propia mi familia aquí. Todo lo que tengo me lo he ganado en Villa Victoria”, dijo el padre de tres hijos y abuelo de cuatro nietos.
Aunque se dedica a reparar y embellecer edificios, ganar en Villa Victoria, para Willy, es haber construido su propia familia.
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