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Puertorriqueños hacen nueva vida en Connecticut tras el huracán María

Decenas de miles de personas se fueron de la isla en la secuela del devastador fenómeno natural y, aunque se estima que la mayoría volvió, otros se quedaron en este estado, como Margarita Costas y su familia

19 de agosto de 2023 - 11:40 PM

Nota de archivo
Esta historia fue publicada hace más de 1 año.
Margarita Costas, natural del barrio Buyones, de Ponce, emigró a Connecticut en la resaca del huracán María. La mayoría de las cerca de 300,00 personas que se fueron han regresado, pero ella no, ni tiene planes de hacerlo. (Josian Bruno)

Hartford, Connecticut – Cuando, en 2017, el huracán María abrumó, al igual que al resto de Puerto Rico, el barrio Buyones, de Ponce, Margarita Costas, sus dos hijas y su esposo, quedaron como suspendidos en un vacío.

La empobrecida comunidad a pasos del mar Caribe, rodeada de sembradíos que fueron todos arruinados en su totalidad por la fuerza bruta de María, quedó atónita e incomunicada. Margarita no perdió su casa, ni pertenencias significativas. Pero su esposo, José Martínez, perdió su empleo como obrero en las fincas de la zona y no sabía cuándo sus hijas, Yarelis y Margarita, que entonces tenían ocho y seis años, respectivamente, podrían regresar a la escuela.

“Fue una experiencia inolvidable. De todos los huracanes, ese ha sido el más fuerte”, recuerda Margarita.

La joven madre de 34 años, que era ama de casa en Puerto Rico, nunca había pensado en emigrar. Pero un hermano que vive en esta ciudad, capital de Connecticut, le indicó que las escuelas públicas locales estaban recibiendo refugiados del huracán María. No fue, cuenta, una decisión fácil, pero la tomó sin titubear.

“Lo pensé una y mil veces. Era una transición para mis nenas, que no sabían inglés. Pero, al mi esposo quedar sin trabajo, ahí fue la decisión”, recuerda. “Para las nenas, no fue difícil. Ellas lo tomaron como que iban a ver nieve”, agrega.

Refugiados del Huracán María en Connecticut

Refugiados del Huracán María en Connecticut

Margarita Costas narra su experiencia de llegar a Connecticut luego del huracán María junto a su esposo y sus dos hijas

Margarita y su familia llegaron a Hartford el 7 de diciembre de 2017. Habían pasado más de dos meses del huracán, pero la mayoría de Puerto Rico seguía a oscuras y la recuperación era una distante quimera.

La transición hacia una nueva vida comenzaba.

Dejar atrás a sus padres, otros hermanos, tíos, abuelos, no fue fácil para Margarita. “No es fácil. Pero tengo otra familia, que son mis hijas, mi esposo”, dice Margarita.

En la secuela inmediata de María, cerca de 300,000 personas, como Margarita y su familia, se trasladaron a Estados Unidos. Fueron un nuevo tipo de diáspora, que se sumó a la que por más de siete décadas había ido desfilando imparable hacia Estados Unidos, sobre todo, después de la crisis económica de mediados de la primera década de este siglo; a los expulsados de Puerto Rico por la pobreza, la bancarrota y la debacle institucional, se unieron, en 2017, decenas de miles de refugiados del peor desastre natural de los últimos 100 años en la isla.

Las escuelas públicas de Hartford, dirigidas por la puertorriqueña Leslie Torres-Rodríguez, quien emigró de Santa Isabel a Connecticut cuando era una niña, activó una ley federal que permite matricular sin preguntas a niños refugiados que no tengan casa y, en muchos casos, ni documentos.

“No me arrepiento de haber venido. Querer es poder y, mientras una tenga la fe y la esperanza de que uno viene a lograr lo que uno quiere, lo quiere”

La puertorriqueña Shelimar Ramírez, coordinadora de Familias sin Hogar en las Escuelas Públicas de Hartford, indicó que 459 estudiantes llegados de Puerto Rico fueron matriculados en el sistema como consecuencia directa de María. Margarita y su familia venían con sus papeles y su documentación, pero la mayoría llegó sin nada, pues lo habían perdido todo.

“Muchos padres llegaron bien ansiosos. Fue una transición grande, un cambio de cultura, de clima, llegaron en Navidad. Muchas llegaron sin nada, ni ropa, ni comida. Las familias llegaron bien afectadas, sobre todo los niños”, relata Ramírez.

Estudios del profesor Charles Venator Santiago, de la Universidad de Connecticut (UConn), indican que la inmensa mayoría de los refugiados de María regresaron a Puerto Rico una vez la isla recuperó un asomo de normalidad. De los 459 estudiantes que llegaron a Hartford, por ejemplo, un par de años después quedaban menos de la mitad, Margarita y su familia entre estos.

Las niñas llegaron a la escuela con la madre el 12 de diciembre y, de inmediato, fueron matriculadas. Dos meses después, Margarita y José consiguieron trabajo, ambos como empleados de mantenimiento. No fue una transición fácil, pero poco a poco se han ido adaptando a la experiencia de la diáspora y, por el momento, no se plantean el regreso a Puerto Rico.

“No me arrepiento de haber venido. Querer es poder y, mientras una tenga la fe y la esperanza de que uno viene a lograr lo que uno quiere, lo quiere. No ha sido fácil, pero con Dios por delante todo es posible”, dice.

Margarita Costas junto a la también puertorriqueña Shelimar Ramírez, coordinadora de Familias sin Hogar en las Escuelas Públicas de Hartford.
Margarita Costas junto a la también puertorriqueña Shelimar Ramírez, coordinadora de Familias sin Hogar en las Escuelas Públicas de Hartford. (Josian Bruno)

Las niñas tuvieron dificultades con el clima y el inglés. La menor, sobre todo, pedía regresar a Puerto Rico. “Le expliqué que mamá tiene trabajo, que papá tiene trabajo. Le expliqué las ventajas que tenemos acá versus las ventajas que hay en Puerto Rico. Lo que puedo hacer es mandarlas de vacaciones a Puerto Rico y eso es lo que hago”, indica.

A la mayor, Yarelis, que necesitaba traducción en las clases al llegar, le tomó solo unos meses dominar el inglés y ahora ella es la que traduce a otros. Desde Ponce, donde ha pasado todo el verano, dijo: “Yo hago lo que otros hacían por mí. Si hay unos nenes que todavía no saben el inglés, el deber mío es ayudarlos, porque el inglés no es fácil. Pero, cuando lo aprendas, vas a estar bien. Me tuve que involucrar y me gusta ayudar a otras personas”.

Yarelis, quien hoy tiene 13 años e incluso traduce a los padres, que no han aprendido inglés, no quería irse de Ponce. Recuerda el miedo que tuvo cuando pasó el huracán y el apego que sentía por su barrio y la familia que quedó en Buyones. “Si teníamos que irnos para que mamá pudiera trabajar y nosotros ir a la escuela, pues lo acogí bien. Pero no quería irme”, recuerda.

La experiencia ayudando a otros, junto a lo que ha vivido en Connecticut, tiene ya a Yarelis pensando en qué quiere estudiar. “Quiero ser abogada. Los abogados ayudan a las personas hispanas que son víctimas de racismo y, como yo también soy hispana, pues quiero ser abogada para ayudar”, dice.

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