Un sector de la localidad de Kensington se ha convertido en la imagen de la crisis de los opioides en Estados Unidos, pero la activista comunitaria no pierde la fe en que se pueda rescatar la zona y a los adictos que la ocupan
Un sector de la localidad de Kensington se ha convertido en la imagen de la crisis de los opioides en Estados Unidos, pero la activista comunitaria no pierde la fe en que se pueda rescatar la zona y a los adictos que la ocupan
25 de septiembre de 2023 - 11:40 PM
Filadelfia, Pensilvania.– En el epicentro de la epidemia estadounidense de fentanilo, en la localidad de Kensington, la boricua Rosalind “Roz” Pichardo ha sido una auténtica salvavidas.
Pichardo, de padre dominicano y madre puertorriqueña, dirige la organización “Save Our City”, con la cual –tras atravesar por duras experiencias familiares–, comenzó combatiendo la violencia y en los últimos años se ha dedicado a dar la mano en el grave problema de adicción a drogas, principalmente opioides sintéticos, en las calles de Kensington, vecindario ubicado en el noreste de Filadelfia, donde ubica el barrio boricua.
La activista comunitaria, quien perdió a su hermano a causa de la violencia y a su hermana gemela idéntica por suicidio, anda en una misión cargando su mochila con el antídoto Narcan, el espray nasal con naloxona que permite revertir una sobredosis del fentanilo y el cual reparte por el vecindario.
El fentanilo ya causa más de 100,000 muertes anuales, según el gobierno federal. Kensington suele ser invocado por políticos como un lugar de escenas dantescas o sacadas de una película de zombis. Pero, aunque pueda ser más visible en esa comunidad, es un problema en muchas ciudades estadounidenses.
Es en ese escenario que se mueve Pichardo.
“Empecé brindando alimentos desde mi minivan y nunca me fui”, dijo Pichardo en una entrevista en las cercanías de la zona en que prácticamente acampan las personas adictas a los opioides.
Desde 2018, ha logrado revivir a más de 2,000 adictos. Los primeros casos los tiene apuntados sobre una biblia.
“Comencé a dar comida a la gente desde mi minivan. Mientras la repartía me encontraba con personas sufriendo una sobredosis y no sabía qué hacer… no respondían, se ponían azules. Aprendí a revertir la droga y ahora lo hago todo el tiempo. Han sido ya 2,096 personas, muchas personas. Y algunos han sido mis familiares sin saber que me iba a encontrar con ellos”, dijo Pichardo cuando El Nuevo Día la entrevistó hace dos semanas.
Su trabajo fue destacado en el documental “Hello Sunshine”, en el que se refleja el respeto y compasión de Pichardo por los adictos a drogas.
El problema de adicción está particularmente marcado en una sección de Kensington, fuera del centro del barrio puertorriqueño, que se ha convertido en un centro de reunión para personas que sufren el horror de la drogadicción, algunas con sus cuerpos torcidos, y se aglomeran principalmente alrededor de una estación del tren que está arropada por la basura.
La intersección de las avenidas Kensington y Allegheny puede ser el escenario más desolador, aunque la horrenda escena puede extenderse en menor grado por todo un bloque y un parque aledaño. En los alrededores del ‘campamento de adictos’, sin embargo, la vida continúa.
Hay cafeterías, tiendas de ropa y pequeños mercados que funcionan dentro de las circunstancias. Pocos transeúntes salían de la estación del tren el día en que El Nuevo Día hizo un recorrido por el área.
La concejal municipal puertorriqueña Quetcy Lozada considera que a esa zona de Kensington se acercan entre 700 y 1,000 personas adictas a drogas.
Vivek Ramaswamy, empresario que busca la candidatura republicana a la presidencia, ha aludido en su campaña a la crisis de adictos en Kensington como si fuera una escena “del tercer mundo”, no un problema de salud que requiere atención.
“Creo que las autoridades solo tratan de contenerlo... los funcionarios de la ciudad no se mueven con suficiente rapidez. Asignan fondos a organizaciones de la comunidad, pero es obvio que no es suficiente”, dijo Pichardo en la entrevista con El Nuevo Día, en los alrededores de la estación de la avenida Kensington con Tioga.
En los últimos meses, el abuso de opioides en esta zona se ha vuelto aún más peligroso, dicen los expertos, por mezclarse con un tranquilizante para caballo llamado popularmente como tranq, pero cuyo nombre es xilacina.
“Cada vez que los suministros de drogas cambian, tenemos que aprender cómo revertir sus efectos”, dijo Pichardo.
A mediados de septiembre, el Concejo Municipal de Filadelfia aprobó una medida propuesta por la concejal Lozada para prohibir en gran medida la creación de centros donde las personas puedan consumir drogas bajo la supervisión de trabajadores expertos en revertir sobredosis.
Activistas han advertido que los centros de consumo de drogas, bajo la vigilancia de quienes saben lidiar con el problema, pueden salvar vidas.
“Nadie busca morir por una sobredosis. Cuando usan drogas, no saben cuánto fentanilo están recibiendo”, dijo Pichardo, quien ha entrenado en el uso de Narcan tanto a usuarios como a distribuidores de la droga.
Pichardo indicó que la gente pierde de perspectiva que hay personas que caen en la adicción a opioides después de haber sido sometidas a una cirugía o como medicamento contra el dolor. La comunidad es víctima de toda la situación.
“No se le puede exigir nada a la gente, en medio de la desconfianza que hay hacia el liderato (gubernamental), más allá de cuidar a su propia familia. La comunidad ya está desatendida, vive en la pobreza. Hasta mantener su área limpia es difícil, debido a la cantidad de personas que están desamparados”, sostuvo Pichardo.
Autoridades boricuas de la ciudad piensan que el gobierno municipal tiene que actuar, aun en contra de la voluntad de los adictos a drogas, quienes sostienen no son personas naturales de Kensington.
La ex concejal municipal puertorriqueña María Quiñones sostuvo que urge poner en marcha un plan para contactar a los familiares de esas personas o forzar que sean tratadas médicamente.
“Si cojo 50 puertorriqueños con equipo de ‘camping’ y me voy a cualquier parte de la ciudad, los remueven en 15 minutos… Nos sacan así”, dijo Quiñones, dando un chasquido de sus dedos. “¿Por qué hemos permitido que gente que estamos diciendo que tienen una condición mental decida dónde van a vivir y qué se tiene que hacer con ellos?”.
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