El cardiólogo es conocido por su gran calidad humana y su interés genuino por ayudar a cada paciente que atiende en su oficina o en el hospital
El cardiólogo es conocido por su gran calidad humana y su interés genuino por ayudar a cada paciente que atiende en su oficina o en el hospital
23 de noviembre de 2021 - 11:40 PM
Manatí - Como José R. Martínez Barroso deberían haber miles de médicos, no solo en Puerto Rico sino en todo el mundo. Cuenta con la cualidad imperativa para ejercer cualquier tipo de profesión: la genuina vocación.
Por eso y otros atributos es que en Manatí a Martínez Barroso se le conoce como “el médico del pueblo”.
No obstante, este galeno trasciende el pueblo de Manatí. A su consultorio llega gente de todo Puerto Rico y prueba de ello es que la sala de espera está repleta de pacientes y en el interior del lugar hay decenas de objetos y fotos que le regalan o que él mismo adquiere.
En las paredes del amplio consultorio, el que mostró mientras era entrevistado por El Nuevo Día, abundan las fotos de estampas o vivencias del jíbaro del siglo 19, juguetes, artículos de valor artesanal o histórico, como el documento de 1871 que atestigua la venta de un esclavo o una lista de una compra por un total de 36 centavos cuando el arroz costaba solo 5 centavos.
También abundan las fotos familiares. Quizás las más valoradas para este galeno son las de Antonio López y Margot Felices.
“Mi papá era chofer de una familia adinerada y ellos (pausa y llora súbitamente) me pagaron los estudios”, relató.
“Ellos me ayudaron. Me pagaron siempre”, agregó, recordando sus años de estudios en el Recinto de Ciencias Médicas (RCM) de la Universidad de Puerto Rico (UPR) que lo llevaron a convertirse en un cardiólogo.
Mostró toda su clínica, pero se detuvo en cada rincón que valora y tiene un lugar especial en su corazón. Así lo hizo cuando en el segundo piso de la oficina vio la foto de uno de sus siete hijos, que falleció en Chile hace tres años a causa de una afección médica.
Por toda la clínica se veían jóvenes estudiantes de Medicina, quienes lo miraban con respeto. De hecho, lo elogiaron por su fibra humana y su capacidad para recordar cada paciente y cada detalle de los procedimientos, tratamientos e intervenciones hospitalarias realizadas sin ver el expediente médico.
“Uno se sienta a presentar un paciente y él te lo presenta mejor”, dijo uno de los estudiantes.
“La veo y te conozco. Te digo ‘tienes esto y esto’. Yo te puedo decir ‘usted estuvo en el (hospital en la habitación) 402 en enero’”, afirmó Martínez Barroso.
En 36 años de carrera médica, ha visto 65,000 pacientes con récord abierto en su oficina y si se suman los hospitalizados, la cifra sobrepasa los 85,000.
Contó que cuando se iniciaba en 1985 como cardiólogo guiaba un Datsun, un auto con el que no se relacionaba, de ordinario, a un médico.
“Lo estacioné en el estacionamiento de los médicos en sala de emergencias. Cuando llegó el policía que pasó por la sala de emergencias dijo ‘¿qué paciente metió el carro en el estacionamiento de los médicos?’. Y un médico le dijo, ‘ese carro es del cardiólogo’. Cómo va a ser (le dijeron). Para que tú veas...”, contó entre risas.
Relató que quiso ser cardiólogo gracias a la experiencia con su madre.
“Mi mamá estaba enferma del corazón. Está viva todavía y yo iba a las citas con ella cuando estaba haciendo la Escuela de Medicina”, relató el médico, amante de las artesanías, particularmente de las de los Reyes Magos.
De pequeño gustaba de disecar sapos o abrirlos para ver su anatomía interna. Era bueno en las ciencias y las matemáticas, pero confiesa, hoy día, que el español no es su fuerte.
El cardiólogo es fiel creyente de interactuar, sin pensar en el factor tiempo, con cada paciente. Conocerlo, saber de su vida e interesarse por sus inquietudes. Lamentó que mucho de eso se ha perdido.
“Lo que pasa es que ahora hay mucha computadora y poco de la parte clínica”, apuntó Martínez Barroso.
En más de tres décadas de práctica médica, abundan las anécdotas. Martínez Barroso dijo que “hay pacientes malos, muchos han vivido y a veces se mueren de repente. Lo peor es la mujer embarazada que se muere de la influenza. Se van en shock”, lamentó.
También lamentó que se le asignen pocos fondos al RCM y que los estudiantes de Medicina, en su mayoría, se tengan que endeudar para estudiar.
“Los muchachos tienen muchas necesidades. Los que trabajan conmigo, yo los ayudo, pa’ que echen pa’lante”, comentó el médico, de 67 años.
A modo de ejemplo, dijo que el pago que se le da a un residente de Medicina, de $500 al mes, no es adecuado y menos si se piensa en los préstamos a los que deben recurrir muchos de ellos.
“Yo creo que los internados tienen que evaluarlos. Hay hospitales que no pagan nada”, sostuvo preocupado.
De igual forma, elogió a su alma máter, el RCM de la UPR. Enseñó orgulloso una carta de la academia, del 2019, en la que le informaban que le devolvían $99.93.
“Demuestra que la Escuela de Medicina no se queda con nada de nadie. Treinta y nueve años después me devolvieron los chavos”, dijo entre risas.
Reveló que es paciente de diálisis y tiene un desfibrilador. “Tengo lo mismo que los pacientes. Yo los oriento. (Pero) me siento bien y hago todo”, sostuvo el médico, cuyo nombre engalana el Cardiovascular Interventional Institute del Manatí Medical Center, a cuya junta directiva también pertenece.
Cuestionado sobre cómo manejó a sus pacientes en medio de la pandemia, particularmente cuando hubo confinamiento, reveló que los siguió viendo.
“El problema con eso es que nos alejó del paciente. Yo seguí viendo pacientes ‘face to face’”, dijo.
Doctor, ¿y cuándo se retira?, le preguntó este medio.
“(Ríe) Yo me voy de vacaciones dos o tres semanas en el año”, se limitó a contestar.
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