Aníbal González y Priscilla Meléndez, profesores de Literatura, en Connecticut, mantienen su ilusión de volver a la isla
Aníbal González y Priscilla Meléndez, profesores de Literatura, en Connecticut, mantienen su ilusión de volver a la isla
26 de agosto de 2023 - 11:40 PM
Humacao - Aníbal González y Priscilla Meléndez, un matrimonio de académicos boricuas residentes en Connecticut, se fueron de Puerto Rico –cada uno por su cuenta– hace más de 40 años y se encontraron, se enamoraron, se casaron y alcanzaron éxito profesional en regiones de Estados Unidos, donde, según él, “es raro ser puertorriqueño”.
Pero nunca han dejado de considerar que son de Puerto Rico, ni querido romper de ninguna manera el hilo umbilical con la isla que les vio nacer y en la que esperan retirarse. “Trabajamos allá, pero somos de acá”, dice Meléndez, en una entrevista en el apartamento, en este municipio, donde pasan todos sus veranos y navidades.
La historia de González y Meléndez, ambos catedráticos de Literatura, es una especie de arquetipo de la experiencia de la diáspora puertorriqueña en Estados Unidos, donde viven más de seis millones de personas con raíces aquí. Se van buscando mejores oportunidades, se establecen en el norte y hacen, a veces, vida de generaciones por allá. Pero no renuncian a su identidad puertorriqueña ni, en muchísimos casos, como el de González y Meléndez, permiten siquiera que se les llame americanos.
“Nosotros le decimos a nuestro hijo Andrés (de 27 años): hemos trabajado toda nuestra vida para que esto funcione, nuestro país, nuestro español. Nosotros no somos profesores americanos. Absolutamente. Jamás. Eso no existe en nuestro léxico”, dice Meléndez, quien es catedrática de Literatura Hispana en Trinity College, en Hartford, la capital de Connecticut.
González, actualmente director de Estudios Graduados y profesor de Español en la Universidad de Yale, en New Haven, y Meléndez se graduaron de la Escuela Superior de la Universidad de Puerto Rico (UHS). También, hicieron bachillerato en el Recinto de Río Piedras.
Se conocían entonces, “de lejitos”, porque él, que tiene 67 años, es dos años mayor que ella, de 65. Pero, en la UHS, cuenta Meléndez, todo el mundo sabía quién era González por una razón bien particular: su padre fue el legendario periodista de televisión Aníbal González Irizarry.
En 1977, habiendo completado su bachillerato, González se fue a cursar un doctorado en Yale, en New Haven. Meléndez hizo lo propio en 1980, pero a la Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York.
Vivían vidas distantes, pero el destino les tenía reservado un encuentro fortuito.
En 1987, él era catedrático en la Universidad de Texas, en Austin, pero fungía como profesor visitante en la Universidad de Vanderbilt, en Nashville, Tenesí. Ella era profesora en la Universidad Estatal de Michigan, en East Lansing. Él viajó tres horas en carro desde Nashville a Lexington, Kentucky, para una conferencia; ella lo hizo por cinco horas desde East Lansing, para la misma actividad.
En una recepción, Meléndez hablaba con un amigo puertorriqueño cuando les pasó por el lado una profesora cubana. “Ella reconoce nuestro acento. Nos pregunta si somos de Puerto Rico y nos dice: ‘No se muevan, que voy a traer a un amigo’. ¿Y a quién trae? ¡A Aníbal!”, relata Meléndez.
Al poco tiempo, eran novios. Pero el romance era, en principio, epistolar, pues enseñaban a cientos de millas de distancia. Tratándose de profesores de Literatura, por supuesto que eran cartas largas, que aún conservan. En 1990, surgió una oportunidad laboral para él en Michigan. La aceptó y, ese mismo año, se casaron.
Estuvieron cuatro años más en Michigan y después, ambos, 12 en la Universidad Estatal de Pensilvania, en State College. En 1995, nació Andrés.
Vivían la vida de la diáspora, con viajes continuos a la isla y contacto continuo con el país. Pero no vivían en comunidades con presencia puertorriqueña notable, lo cual era algo que sentían.
“Eran sitios exóticos”, dice González.
Eso cambió en 2006. González recibió una oferta para ser catedrático en Yale. Normalmente, una oportunidad así no se deja pasar. Pero, en el caso de ellos, hubo titubeos. Había oferta para él, pero no para ella. Dejar la cátedra y escoger el único puesto que estaba disponible para Meléndez en Yale significaba una degradación.
Hubo algo, y no de menor significado, que inclinó la balanza hacia la oferta. El hijo es paciente de diabetes tipo 1. En Pensilvania, el tratamiento estaba a dos horas y media de distancia; en Yale, a 10 minutos. Eso, más la posibilidad de vivir, por primera vez, en una ciudad con una numerosa comunidad boricua, los convenció.
Connecticut, donde el 8% de la población es boricua, es el estado con mayor proporción de población de origen puertorriqueño en todo Estados Unidos. En New Haven, donde viven, el 16% de la población se identifica como puertorriqueña; en Hartford, donde enseña Meléndez, es el 34%.
“Fue un cambio grande. Llegamos a un sitio donde no es raro ser puertorriqueño”, sostiene González, quien precisa que también les da paz estar a solo tres horas y media en avión de Puerto Rico.
González y Meléndez aprovechan cualquier oportunidad para venir a la isla. Por ejemplo, su hijo Andrés, hoy estudiante doctoral de Literatura, nunca ha pasado una Navidad en Estados Unidos. Pero ambos aseguran que el tiempo no ha hecho más fácil subirse al avión para regresar a Estados Unidos.
Dar clases aquí, dijeron, sería el sueño de ambos. Pero no consideran que existan las condiciones. “Las condiciones de trabajo para los profesores aquí son terribles, amenazando todo el tiempo con ponerse peor. Eso nos duele mucho”, dice Meléndez. “Nosotros estamos profesionalmente muy felices allí. Pero, emocionalmente, no. En 43 años, nunca hemos dicho que nos vamos a quedar”, agrega.
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