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prima:Sabías que… Celestina, la hermana de Rafael Cordero, también fue una figura emblemática de la educación en Puerto Rico

La hermana mayor del famoso educador es la más reconocida de las muchas mujeres boricuas negras precursoras de las llamadas “escuelas de amiga”

26 de septiembre de 2024 - 11:10 PM

Usualmente se percibe la educación como un derecho básico que tienen todos los ciudadanos, de todas las razas y géneros, que conforman la sociedad puertorriqueña. Sin embargo, la evidencia histórica demuestra que el desarrollo de la enseñanza en Puerto Rico ha recorrido un trayecto lleno de prejuicios raciales y sociales, y con mucha más complejidad histórica de la que usualmente se le adjudica.

Parte fundamental de esa compleja trayectoria es la evidencia historiográfica que demuestra que la educación en Puerto Rico estuvo en manos de puertorriqueños afrodescendientes desde el siglo XVIII hasta entrado el siglo XX.

Según Gerardo Alberto Hernández Aponte, profesor de historia en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR), Recinto de Río Piedras, y autor del libro “El entorno educativo e historiográfico de Celestina Cordero Molina”, los esfuerzos de educación en Puerto Rico, incluyendo la educación a las mujeres, datan de la llegada de los colonizadores.

El profesor indicó que la Iglesia y el gobierno iniciaron la educación formal en la isla, aunque al principio solo se educaba a los varones mientras que a las niñas se les enseñaba doctrina cristiana, a bordar y tejer, entre otras tareas establecidas socialmente como “propias de la mujer”.

Asimismo, señaló que la inmensa mayoría de las maestras eran puertorriqueñas afrodescendientes.

“Estoy convencido de que la mayoría de las maestras de esta época eran negras. En marzo de 1904, la maestra mulata Feliciana Megía Báez falleció en San Juan a los 86 años. La prensa, en ese momento, expuso que muchas personas, incluyendo a farmacéuticos, médicos y abogados, estudiaron bajo su dirección”, señaló Hernández Aponte.

“Fueron estas mujeres negras sin ningún tipo de escolaridad, viudas o solteras, quienes cuidaban a los niños y les enseñaban diversas materias. Pero era una enseñanza informal, porque la lectura y la escritura, aunque pueda parecernos extraño hoy día, no era considerada muy importante”, añadió.

Ilustración del maestro Rafael Cordero Molina tomada del libro "En busca del maestro Rafael Cordero" de  Jack & Irene Delano.
Ilustración del maestro Rafael Cordero Molina tomada del libro "En busca del maestro Rafael Cordero" de Jack & Irene Delano. (Colección Gerardo A. Hernández)

Escuelas de amiga

Hernández Aponte resaltó que desde, al menos, el siglo XVII, en España existían mujeres que cuidaban a los niños durante algunas horas mientras sus madres realizaban tareas. Estas mujeres eran remuneradas mediante una módica cantidad de dinero.

La historiografía española denomina la enseñanza en la casa de estas maestras informales con el nombre de “escuelas de amiga”.

“Todo empieza (en Puerto Rico) con las escuelas de amiga porque fue una institución que se transfirió de España a todas las colonias, pero, como se trata de una educación informal, no hay registros precisos”, lamentó Hernández Aponte.

En su libro, Hernández Aponte sostiene que las mujeres que ejercían esta profesión en Puerto Rico, y muy probablemente en las demás colonias españolas del Caribe, eran en su mayoría afrodescendientes, adultas mayores, viudas o solteras, y de limitada escolaridad.

"La amiga (En Córdoba)", Óleo sobre lienzo de 1901 del pintor e ilustrador español, Domingo Muñoz y Cuesta, expuesta en el Museo Nacional del Prado, en Madrid.
"La amiga (En Córdoba)", Óleo sobre lienzo de 1901 del pintor e ilustrador español, Domingo Muñoz y Cuesta, expuesta en el Museo Nacional del Prado, en Madrid. (Colección Gerardo A. Hernández)

A ellas se les conocía como “maestra amiga” y ofrecían lecciones en sus propias casas.

“Estas escuelas fueron una respuesta informal a las necesidades que las clases no pudientes tenían de cuidar y educar a niños y niñas”, explicó el también autor de una detallada investigación sobre el maestro Rafael Cordero Molina.

“Las escuelas de amiga cumplían varias funciones. Por un lado, colaboraron con las madres trabajadoras cuidando de sus hijos e impartiéndoles cierta instrucción y, por otro lado, fue una forma de subsistir para algunas mujeres. En algunos de estos casos fungieron como lo que hoy conocemos como guarderías”, señaló Hernández Aponte.

Muchos de los próceres puertorriqueños del siglo XIX fueron educados a nivel primario en este tipo de escuelas. Figuras como José Julián Acosta y Calbo, Juan Morel Campos y Eugenio María de Hostos, entre muchos otros, fueron producto de las escuelas de amiga.

La responsabilidad de educar a un país

En este contexto surgió Celestina Cordero Molina (1787-1862), una de las figuras emblemáticas, junto a su hermano Rafael, de la educación en Puerto Rico y, en el caso de la primera, de las escuelas de amiga en la isla.

Es muy probable, explicó el historiador, que Cordero Molina recibió su formación educativa directamente de sus padres, como era usual en la época. Su madre le impartió las materias que conocía, mientras que su padre le enseñó a escribir.

Sin embargo, a pesar de que la figura del maestro Rafael Cordero, y posteriormente la de su hermana, son veneradas como pioneros de la educación interracial en Puerto Rico, la realidad es que fueron solo dos de las decenas de maestros y maestras afrodescendientes que cargaron sobre sus hombros la responsabilidad de educar a un país.

Del mismo modo, la integración racial de las escuelas, argumentó Hernández Aponte, fue fomentada por el Cabildo (el gobierno).

“La educación interracial la fomentó el gobierno en un momento histórico donde la mayoría de la población no era blanca, y hasta Pablo Benigno Carrión De Málaga, obispo de Puerto Rico, lo menciona en sus escritos”, indicó.

“Ni Rafael, ni Celestina, son realmente pioneros de la educación interracial. Fueron importantísimos, pero hubo muchas otras maestras como Jacinta Ramírez, Santos Oxios y la maestra Rafaela –que le dio clases a De Hostos”, explicó el profesor.

Hernández Aponte aseguró que la aportación de esta extraordinaria mujer de la raza negra es incalculable, pues impactó a más de una generación de pupilos de ambos sexos.

“Celestina alquiló una casa, no le cobraba a ninguna alumna, pero vivía con los productos de costura que producían sus discípulas y les enseñaba a 117 discípulas a la misma vez. Esto es una cosa extraordinaria en una sociedad patriarcal y racista”, señaló Hernández Aponte.

“Además de eso, tenía que sostener a su madre, que estaba anciana, a su hermana Gregoria, que también fue maestra y estaba enferma, y al mismo Rafael, que todavía no se había dedicado al magisterio, porque Celestina era mayor que él”, dijo.

Obra de 1906 del pintor español Julio Romero de Torres, expuesta en el Museo de Bellas Artes de Asturias, en España.
Obra de 1906 del pintor español Julio Romero de Torres, expuesta en el Museo de Bellas Artes de Asturias, en España. (Colección Gerardo A. Hernández)

La falta de documentación de estas escuelas informales no permite saber con exactitud dónde ubicaban, aunque el profesor aseguró que la escuela de Celestina pudo estar localizada en la isleta de San Juan.

Educación pública no gratuita

Cuando pensamos en educación pública, probablemente nos viene a la mente un sistema en el que el gobierno provee enseñanza sin cargos a la ciudadanía mediante planteles escolares distribuidos por todo el territorio. Sin embargo, este concepto, entre los siglos XVIII y XIX, explicó el profesor, dista mucho de lo que es hoy día.

“Las escuelas públicas de ese momento no son las escuelas públicas de hoy. Uno tenía que pagar por la educación pública, aunque seguían siendo en las casas de los maestros. Se llamaba ‘pública’ porque la administraba el gobierno”, explicó Hernández Aponte, quien añadió que, a diferencia de las escuelas de amiga, estas escuelas “públicas” sí estaban autorizadas por el gobierno.

Según Hernández Aponte, en ese sistema de enseñanza, el maestro varón recibía dos sueldos: el que le otorgaba el Cabildo y un arancel adicional. No obstante, si el Cabildo no podía asumir el sueldo porque no tenía “fondos propios”, como era usual, el monto se prorrateaba entre los vecinos de la escuela.

“O sea, los vecinos tenían que pagar una contribución para que sus hijos estudiaran en las escuelas públicas”, explicó el profesor, quien señaló que en el caso de las maestras no se otorgaba ese arancel.

“Las maestras, por el contrario, recibían un sueldo fijo que ya estaba estipulado y que era inferior al de los varones”, añadió el profesor.

Sin embargo, Hernández Aponte sostuvo que no existía segregación racial en estas escuelas como se ha especulado, aunque reconoció que sí existían escuelas segregadas, y que hubo intentos aislados de establecer la segregación racial en la enseñanza.

No obstante, el profesor subrayó que dichos intentos no rindieron frutos porque, desde 1770, existía un reglamento, establecido por el entonces gobernador y capitán general de Puerto Rico, Miguel de Muesas, que estipulaba que todo maestro tenía que aceptar a todo niño, sin importar el color de su piel.

“El problema era que, a finales del siglo XVIII, más del 60% de la población en la isla no era blanca. Entonces, si no hay blancos puros, como estipulaban las leyes de limpieza de sangre de España, ¿quién iba a ser cura, o militar, o funcionario…?”, cuestionó Hernández Aponte.

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