Al filo de las 2:30 de la tarde del 1 de junio de 1937, se divisaba un poderoso avión bimotor de acero cromado que lucía imponente entre las nubes y que se aprestaba a aterrizar raudo en lo que se conocía como el aeródromo de Isla Grande.
Era la legendaria pilota estadounidense Amelia Earhart, quien llegaba a Puerto Rico en una de las primeras escalas de su fatídico último vuelo, antes de desaparecer misteriosamente en el océano Pacífico en julio de ese mismo año.
El 21 de mayo de 1937, Earhart despegó desde Oakland, California, junto al también reconocido piloto y navegante Fred Noonan, rumbo a Miami, decidida a ser la primera mujer en lograr la hazaña de circunnavegar la Tierra en un avión.
Luego de llegar a Miami, el dúo viajó con destino a San Juan y, posteriormente, a Dorado, donde pasaron la noche como huéspedes de su amiga y colega aviadora, Clara Livingston, figura clave de la aviación en Puerto Rico.
Pernoctó en Dorado
El periódico El Mundo reportó, en su edición matutina del miércoles, 2 de junio de 1937, que “Amelia Earhart, la primera mujer aviadora que cruzó el océano Atlántico, llegó a San Juan a las 2:30 de la tarde (del día anterior, primero de junio), a bordo de un poderoso aeroplano Lockheed Electra de dos motores... Le acompaña el capitán Fred J. Noonan”.
“La famosa aviadora pernoctó en la residencia de la señorita Clara Livingston, también aviadora y amiga suya, en el pueblo de Dorado, y proyectaba tomar el avión hoy a las 6:00 a.m. para partir en la segunda escala de su vuelo alrededor del mundo”, añadió la histórica reseña de prensa.
La nota destaca además que, antes de aterrizar en el “aeródromo de Isla Grande”, la intrépida pilota sobrevoló el Viejo San Juan varias veces en la “gigantesca nave aérea”.
La prensa reseñó que el revuelo por la visita fue tal, que el gobernador interino, Rafael Menéndez Ramos, acompañado de importantes figuras locales, recibieron a Earhart en el aeropuerto.
En ese momento, la aviadora fue invitada al Palacio de Santa Catalina a celebrar “una tarde de té en su honor”. Sin embargo, Earhart declinó amablemente la invitación pues necesitaba descansar unas horas antes de continuar su viaje.
Según el diario, Earhart dijo que, en su ruta desde Miami, se vio obligada a reducir la velocidad de la nave por la intensidad de los vientos, provocando un retraso en su itinerario.
Pionera de la aviación
Amelia Mary Earhart nació en Atchison, Kansas, el 24 de julio de 1897 y fue profesora, conferencista, autora, feminista y pionera de la aviación estadounidense, siendo la primera mujer en realizar un vuelo trasatlántico.
Desde muy temprana edad, Earhart dio muestras de poseer una personalidad inquieta y audaz, involucrándose en actividades atribuidas a los niños, mientras que también tenía como pasatiempo coleccionar recortes de periódicos de mujeres que sobresalían en actividades usualmente destinadas para los hombres.
Durante la Primera Guerra Mundial laboró como enfermera en Toronto, Canadá, donde atendió a pilotos heridos en combate y, en sus propias palabras, donde fue “picada por el gusanillo de la aviación”.
En 1928, Earhart se convirtió en la primera pasajera en cruzar el Atlántico en avión, acompañando al piloto Wilmer Stultz, y alcanzó estatus de celebridad. Luego, en 1932, al mando de un avión Lockheed Vega 5B, Earhart realizó un vuelo transatlántico en solitario sin escalas, convirtiéndose en la primera mujer en lograr tal hazaña.
Más tarde, en 1935, Earhart trabajó en la Universidad de Purdue como asesora de ingeniería aeronáutica y consejera profesional para estudiantes mujeres. Fue en la institución académica donde recibió una subvención económica de la “Purdue Research Foundation” para costear el avión Lockheed Electra 10-E, a un costo de $80,000 – equivalente a unos $1.7 millones actuales – y con el que realizaría su último y más famoso vuelo.
El legado de Earhart a menudo se compara con la temprana carrera aeronáutica del aviador pionero Charles Lindbergh, así como con figuras como la primera dama, Eleanor Roosevelt, por su estrecha amistad e impacto duradero en las causas de las mujeres.
Y aunque prácticamente no quedan personas vivas que fueran testigos de la visita de Earhart a Puerto Rico a 87 años del suceso, Oscar González Rosado, criado en Dorado y de 80 años, sí dijo recordar los vuelos de Livingston en su pista de aterrizaje privada en ese pueblo.
“Era un evento cuando doña Clara despegaba y aterrizaba en la pista, que era larguísima. Yo tendría 12 o 13 años y nos reuníamos y buscábamos frutas alrededor de la pista y detrás de la pista veíamos cómo despegaba y aterrizaba, y siempre que se bajaba del avión se quitaba el sombrero y saludaba moviéndolo en el aire”, recordó González Rosado.
“Yo vivía en Dorado, frente al antiguo correo, y ella (Livingston) iba cada dos o tres días y allí la veía siempre. Era una mujer alta, iba con sus pantalones largos, sus botas, su sombrero ancho, perros dálmatas y hasta un diente de oro tenía”, añadió.
El fatídico vuelo
Durante su intento de circunnavegación del Globo, Earhart y Noonan desaparecieron sobre el océano Pacífico central, cerca de la isla Howland, sin dejar rastro alguno.
Ambos pilotos despegaron de Lae, en Nueva Guinea, el 2 de julio de 1937, siendo esta la última parada antes de partir hacia la isla Howland, una de las últimas etapas del vuelo.
Es muy poco lo que se sabe, a ciencia cierta. sobre la desaparición del avión, lo que ha provocado especulaciones y teorías de conspiración sobre Earhart y Noonan por los pasados 87 años.
“KHAQQ llamando al Itasca. Debemos estar encima de ustedes, pero no los vemos... El combustible se está agotando...”, indicó un mensaje recibido a las 19:30 horas por el escampavías de la Guardia Costera Itasca. El navío, que partió y llegó a la isla de Howland antes del vuelo de Earhart y Noonan, proveería asistencia en comunicaciones y transmitiría una señal de radio que ayudaría a los aviadores a localizar la diminuta isla. Además, el barco utilizaría sus motores de vapor para producir humo negro que los pilotos pudiesen ver más allá del horizonte.
Más tarde, a las 20:14 horas, el operador de radio de Itasca recibió un último mensaje de Earhart dando su posición. Hacia las 21:30 horas se determinó que el avión pudo haberse estrellado en el mar. Oficialmente se estableció que el avión cayó de 35 a 100 millas de la costa de la isla Howland.
Tras una búsqueda masiva por mar y aire, que abarcó un área aproximadamente del tamaño de Texas, Earhart y Noonan fueron declarados perdidos en el mar el 18 de julio de 1937. Un año y seis meses después de la desaparición, fueron declarados oficialmente muertos.
Los expertos en el tema adjudican la tragedia a una serie de decisiones técnicas erróneas que culminaron en la desaparición de la nave.
Un intento anterior, en marzo de 1937, terminó a los pocos días de comenzar cuando el avión se estrelló durante el despegue en Honolulu, Hawaii. A pesar de ese incidente, Earhart siguió decidida en dar la vuelta al mundo por el ecuador.
El accidente en Hawaii y el retraso que provocó alteraron los planes originales de Earhart y, en lugar de volar hacia el oeste, desde California hasta Hawaii, ahora viajaría en la dirección opuesta. Ello la ayudaría a evitar el mal tiempo, pero también haría que el vuelo hacia Howland fuera más difícil.
Una teoría muy respaldada por los historiadores sostiene que Earhart y Noonan llegaron al arrecife de coral Gardner (hoy atolón Nikumaroro), a aproximadamente 350 millas náuticas al sur de Howland. Es posible que realizaron un aterrizaje forzoso en el lugar y que el dúo de pilotos sobrevivió por unas semanas. La falta de agua y comida, así como la falta de atención médica por posibles heridas, pudieron ser su desenlace fatal.
A pesar de los esfuerzos por encontrar restos del dúo de aventureros o el avión donde viajaban, nunca se han encontrado rastros certeros del accidente.
La enigmática Clara Livingston
Poco se sabe sobre la enigmática figura de Livingston que, aunque reconocida internacionalmente como una pionera de la aviación, en su querido pueblo de Dorado se ha convertido en un remoto recuerdo.
Sin embargo, es imposible hablar de la visita de Earhart a Puerto Rico sin mencionar a Livingston, quien, al momento de la visita de su colega piloto, vivía en casi 700 hectáreas de terreno en Dorado, donde más tarde construiría su propia pista de aterrizaje.
Livingston era una pionera en sí misma y fue una de las últimas personas que vio a Earhart y a Noonan con vida antes de que su intento de dar la vuelta al mundo terminara en tragedia.
La también aviadora, quien nació en 1900 en Chautauqua, Nueva York, y murió el 29 de enero de 1992, en Puerto Rico, fue la mujer piloto con la licencia número 200 y la undécima mujer piloto de helicópteros en el mundo.
Clara Livingston fue hija de Alfred T. Livingston, quien en 1905 compró 1,700 acres de tierra en la costa norte de Puerto Rico para cultivar cocos y pomelos, teniendo mucho éxito como exportador. Luego de su muerte en 1923, Clara Livingston pasó a administrar la propiedad.
En 1930, tomó lecciones de vuelo y fue en esa época que Livingston se convirtió en amiga íntima de Earhart.
“Ella era una mujer bien atractiva físicamente, pero era una mujer de armas tomadas y con los pantalones bien puestos. Vivió muchos años ahí, murió de 92. Sabía poco español, lo que le enseñaban los que trabajaban con ella, pero nunca la escuché hablar de la visita de Amelia (Earhart)”, aseguró Adalberto Maldonado, de 73 años, nacido y criado en Dorado, y quien también conoció personalmente a “doña Clara”.
“Tenía muchos contactos con los políticos, era loca con (el exgobernador) Roberto Sánchez Vilella; Luis Muñoz Marín la conocía también y la visitaba con frecuencia”, recordó Maldonado.
En la década de 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, Clara Livingston se enlistó en el Cuerpo de Mujeres del Ejército (WAC) y también fue comandante de escuadrón de la Ala de Puerto Rico de la Patrulla Aérea Civil. Construyó en la propiedad su propia pista de aterrizaje, conocida posteriormente como el aeropuerto de Dorado.
“Le dieron permiso para construir la pista porque ella era parte de la Patrulla Aérea Civil en Puerto Rico”, indicó Maldonado, quien ha trabajado en el hotel Dorado Beach desde la década de 1960.
Más tarde, en 1958, Clara Livingston vendió la propiedad a John D. Rockefeller, quien construyó la hospedería.