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The Happy Givers y su renovada misión de brindar alimentos a los adultos mayores para que vivan una vida digna

La fundación desarrolló un modelo para ser autosustentable y obtener resultados que atraigan a personas para fortalecer el trabajo social que realizan

18 de agosto de 2024 - 10:00 AM

La fundación The Happy Givers estableció un servicio de cocina y distribución de alimentos calientes a personas adultas mayores de Vega Alta y Vega Baja. (Captura)

La fundación The Happy Givers es una entidad modelo que nació para ayudar niños, pero el huracán María levantó el velo de la enorme necesidad que sufren los adultos mayores, por lo cual cambió su misión, y actualmente entrega almuerzos a 236 residentes en Vega Alta y Vega Baja, además de cubrir otras necesidades sociales identificadas.

Originalmente, la organización nació como resultado de la frustración del ponceño Carlos A. Rodríguez Sostre, quien estudió premédica, pero entendió que la medicina no era su vocación y cambió su ruta para estudiar y ordenarse como pastor. Trabajó como pastor por 18 años en Estados Unidos y, cuando se dio cuenta de que menos del 2% de los ingresos de la iglesia se utilizaba para ayudar a la comunidad, tuvo “una crisis de fe”.

Salió de la iglesia y comenzó a escribir blogs de cómo no ser pastor, los cuales tuvieron una recepción positiva del público. Algunos se hicieron virales. Decidió ir más allá y comenzó la tienda en línea thehappygivers.com para vender ropa, pegatinas, tazas y otros artículos con algunos de los mensajes que publicaba en sus columnas. Julia Roberts y un equipo deportivo utilizaron sus camisetas, y tuvo ventas de hasta $38,000 en un día.

La tienda virtual se convirtió en la fuente de ingresos para hacer trabajo social. Inicialmente, la fundación tuvo la misión de ayudar a niños, y apoyó hogares de niños en Etiopía y Perú. Posteriormente, Carlos regresó a Puerto Rico para brindar ayuda a los damnificados del huracán María.

“Yo hice casitas en Utuado, Peñuelas, Jayuya, Guayanilla; todo, menos Vieques y Culebra”, recuerda el hombre de 43 años sobre el trabajo que logró realizar con el apoyo de otras organizaciones de Estados Unidos y Canadá en ese entonces. “María lo que hizo fue destapar lo que ya estaba bien malo. Después, vinieron los terremotos y la pandemia, y ahí llegó una crisis a un nivel que no anticipábamos”, afirma.

Con la pandemia, se cancelaron los servicios al hogar, incluyendo los de alimentos calientes por parte de los centros de actividades múltiples y otras entidades. El entonces alcalde de Vega Alta, Oscar “Can” Santiago, le pidió ayuda para llevar comida a los adultos mayores de su municipio que habían quedado desprovistos. Se unió con la cocinera Carmen Concepción, que estaba cocinando en una escuela cerrada de ese pueblo, “y en 48 horas nos inventamos el concepto de comida sobre ruedas y llegamos a entregar 600 almuerzos diarios durante seis semanas”.

Carlos A. Rodríguez Sostre, fundador de The Happy Givers.
Carlos A. Rodríguez Sostre, fundador de The Happy Givers. (Captura)

De eso hace tres años, periodo en el cual ha conocido a muchos adultos mayores solos y con grandes necesidades sociales y de salud. Desde entonces, la fundación compró el terreno y la estructura donde operan el servicio de cocina y distribución de alimentos calientes a personas adultas mayores de Vega Alta y Vega Baja. Carmen es la cocinera.

Contrario a otras organizaciones, The Happy Givers genera ingresos para ofrecer los servicios a sus participantes. Carlos dice que fue “de manera orgánica”, sin tener la intención, que descubrieron que ese es el modelo perfecto; contar con una operación con la tienda virtual y con siembra y venta de grama en su terreno, que generen fondos para hacer labor social.

“En la pandemia, ganamos muchísimo. Cuando llegaron los primeros cheques de la pandemia, la tienda explotó; vendimos más de 100,000 mascarillas con mensajes de los nuestos, y el 100% de esas ganancias las usamos y construimos la cocina. Lo que era bien esporádico se convirtió en un ecosistema” recuerda Carlos.

Explica que han sido los resultados de su labor los que han atraído a otros para ofrecer aportaciones de diversa naturaleza. De esa forma, un jugador estadounidense de la NBA les compró una casa aledaña a sus instalaciones para que ampliaran sus operaciones; la organización PRxPR, de puertorriqueños en la diáspora, se ha convertido en uno de sus principales donantes e, incluso, instalaron un sistema de placas solares en la sede de la entidad.

Además, grupos de iglesias estadounidenses y canadienses hacen donativos y envían voluntarios, y Walmart, Supermercados Econo y Chick-fil-A les aportan productos. Igualmente, la cantidad de personas que quieren ser parte del proyecto como voluntarios superan las 100, y actualmente trabajan para desarrollar un sistema con el cual manejar ese grupo.

En la sede de la organización –además de la oficina, el taller donde hacen los artículos para la tienda virtual y la finca, en la que también siembran productos agrícolas para luego cocinarlos–, hay una cocina industrial de donde salen los alimentos para los participantes, una tiendita comunitaria de la cual los adultos mayores pueden llevarse algunos productos y un espacio para conferencias en el que tendrán diferentes invitados todos los jueves para ofrecer información de diferentes temas a sus participantes. En total, tienen 16 empleados, incluyendo uno encargado de hacer vídeos y manejar las redes sociales.

Además de la meta de ser autosustentable, Carlos y su esposa, Katherine, han desarrollado un modelo de intervención social para atender otras necesidades de los participantes.

Trabajo social organizado

El centro de The Happy Givers (cuyo nombre hace referencia a un versículo de la Biblia que habla del dador alegre) es Carlos. Entusiasta, empático, conocedor de negocios y buen comunicador. Mueve la organización desde la sede, pero es consciente de que también tiene que estar en la calle, en contacto con las personas a las que ayuda. Menciona a los participantes por sus nombres, cuenta las historias de Crucita, Héctor y Victoria “la santera”. Sabe las carencias, si tienen familiares o no, qué condiciones de salud padecen, dónde viven, por qué llegaron allí. “Hay mucho viejito solo, abandonado”, lamenta y recuerda a quienes acompañó hasta que fallecieron.

Su objetivo es que, “si se mueren, que sepan que alguien los amó, que no pasaron hambre, que no pasaron necesidades o que se las atendieron”.

Para ese trabajo, tiene a una persona clave: Jessika López, una trabajadora social que laboró por décadas en el Departamento de la Familia y que es la subdirectora de la organización. Ella hace una evaluación social de cada participante, hace un expediente con los hallazgos, con un plan de servicios, con notas de progresos de las visitas trimestrales y se encarga de buscar a los familiares o un grupo de apoyo para cada persona. Además, contrata tres trabajadoras sociales adicionales para casos específicos.

Si se mueren, que sepan que alguien los amó, que no pasaron hambre, que no pasaron necesidades o que se las atendieron
Carlos A. Rodríguez Sostre

Detrás del escritorio de Jessika, unos papeles con listas y tablas dan cuenta de los esfuerzos que realizan para cubrir necesidades adicionales. La lista principal es una titulada “Dignidad, en Nuestra Comunidad”. Carlos explica que la meta es que sus participantes vivan una vida con dignidad y que, por ello, necesitan, no solo cualquier comida, sino alimentos saludables; que tengan equipos para calentarlos; camas adecuadas; seguridad en sus casas, con puertas y ventanas en buenas condiciones; limpieza en el hogar; higiene personal; accesibilidad con rampas y barras de seguridad en las bañeras o duchas; eventos para socializar; cuidado médico y redes de apoyo. Todas esas variables incluidas en la lista titulada “Dignidad” son las que ellos tratan de cubrir.

Justo al lado de ese enumerado, hay otros papeles que tienen listas con los nombres de las personas que necesitan hornos microondas, neveras, abanicos, camas, estufas, sillas de ruedas, juego de comedor, cafeteras, neveras, gaveteros, máquinas para el asma, detergentes, pañales desechables, televisores, entre otros. La intención es cubrir esas necesidades para que tengan una vida más cómoda y digna.

Las personas interesadas en donar o ser voluntarias de la organización ubicada en el barrio Carmelita de Vega Baja, pueden comunicarse al teléfono: 939-343-2187.

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