Santo Domingo - El reloj marca las 6:00 p.m., el sol está en su ocaso y se acerca el atardecer. La avenida Independencia está completamente cerrada y se escuchan a lo lejos llantos y gritos, que se vuelven cada vez más intensos a medida que nos adentramos a la llamada “zona cero”.
En pocos segundos, nos topamos con una mujer, que luce pálida, temblorosa y se seca un poco sus lágrimas, mientras su acompañante intenta darle fuerzas y le pide que tome todo con un “poco de calma”. “Respira, trata de respirar, respira”, le repite una y otra vez.
Mientras esto sucede, un contingente de rescatistas avanza a toda prisa, voluntarios caminan un tanto agobiados y creyentes en una esquina, con las manos entrelazadas, claman con fuerza “en el nombre de Dios”, con la esperanza de que ocurra “un milagro”.
No hay duda. Hemos llegado. El Nuevo Día está en la zona cero. El lugar donde 226 personas perdieron la vida y otras 189 fueron rescatadas vivas de los escombros de la discoteca Jet Set, cuyo techo colapsó la madrugada del martes en el Distrito Nacional.
Apenas han pasado 24 horas del desastre, pero es como si el tiempo no hubiera transcurrido. La tragedia ha destrozado corazones, roto familias y llenado de luto a un país que es rico en cultura, gastronomía y, ante todo, sobresale como buen destino turístico.
“Hay que tener fe. Cuando uno tiene fe, las cosas que uno jamás espera ocurren. Ten fe”, le comenta una mujer a otra, que luce cabizbaja, mientras se escucha el sonido constante de una ambulancia que se acerca a toda prisa, como advirtiendo la emergencia.
Huele a muerte. Ese olor fétido golpea fuerte a la cara a medida que el viento sopla y, aunque disminuye según la distancia en que te encuentres, es la evidencia más notable de que República Dominicana enfrenta una de sus peores tragedias en su historia reciente.
Y es que aquí parece que ha ocurrido un ataque. Hay escombros por todos lados, se observan los pedazos del techo en el suelo y el polvorín azota sin piedad a medida que la maquinaria continúa abriendo camino en una lucha contra reloj para hallar más sobrevivientes.
Desde donde estamos, podemos observarlo casi todo. Tenemos la discoteca de frente y, a nuestro lado izquierdo, una gasolinera, cuyos predios se han convertido en un refugio de esperanza, que reúne a todos los familiares de las víctimas y sobrevivientes.
Pero no es casualidad. Las autoridades dominicanas colocaron una carpa color crema, con sillas plásticas, para que los familiares de las víctimas pudieran tener, al menos, un lugar seguro en la zona, sin acceso a la prensa, donde esperan noticias de sus seres queridos.
En sus rostros se nota la tristeza, agonía y desesperanza que se apodera de los seres humanos cuando se está a la espera de noticias que se entienden pueden ser poco alentadoras, o cuando, simplemente, se piensa que ocurrió lo peor.
“Estamos aquí esperando respuestas sobre la hermana de una compañera de trabajo. Vinimos con ella para darle apoyo y estamos a la espera. Nos acercamos cada vez que sacan un cuerpo”, narró una mujer, que solo se identificó como Jessica.
Como ella, hay muchas personas más que permanecen sentados o parados a lo largo de la cuadra, esperando encontrar con vida a ese ser querido que salió la noche del lunes con el deseo de bailar al son del merenguero Rubby Pérez, sin imaginar el desenlace fatal.
La desgracia ocurrió a las 12:44 a.m., de aquel 8 de abril, ante casa llena. El techo se partió por el mismo medio, dejando una estela de sangre, luto nacional e incredulidad. Lo que muchos creían que no podía pasar, había pasado y a qué magnitud.
Sin embargo, horas después de la tragedia, 4,580 personas hacen hasta lo imposible para continuar con las intensas labores de búsqueda. En muchos de sus rostros se nota el cansancio, pero no se detienen, no ceden y, en instantes, ocurre una buena noticia.
“Han encontrado una mujer con vida”, grita un hombre que comienza a dar “gracias a Dios”, mientras los rescatistas salen a toda prisa, como pueden, dentro de los escombros, para que la fémina sea montada en una camilla y llevada en ambulancia a un hospital..
Sin embargo, no todos corren con la misma suerte. Hay muchas familias llorando a sus seres queridos y otros angustiados porque han ido a los hospitales y a la morgue y no han encontrado respuestas. No saben si su ser amado está vivo o muerto y, ese, en este momento, es el dolor más grande por el que atraviesan.
El clamor de personas atrapadas
Mientras, en las redes sociales, comienzan a surgir vídeos, que son desgarradores y ponen en perspectiva la desesperanza que vivieron muchas de las víctimas, cuando una estructura que creían segura, colapsó por completo, dejando a muchos atrapados en escombros.
“No se muevan, no se muevan, señores. Dios tiene el control de todo. Gracias, señor. Ay, mi amor. Gracias, señor”, se escucha decir en un vídeo a uno de los sobrevivientes, que quedó atrapado entre las ruinas de la discoteca, mientras se oye de fondo a otras personas desesperadas intentando salir.
Es imposible saber su nombre, pero no es el único.
“Estoy en una situación difícil y lo único que puedo pedir ahora mismo es que oren por mí, que yo salga con vida de aquí, para poder seguir compartiendo con ustedes y para poder servirle a mi Señor de ahora en adelante porque miren por lo que yo estoy pasando. Me ha demostrado que me ama”, dice otro sobreviviente, en un vídeo mostrado a este medio.
Asimismo, en otra grabación, otro hombre, atrapado entre el cemento colapsado, alerta a los rescatistas de personas heridas de gravedad.
“Entren por ahí que tenemos gente mala, a ver mami. Tenemos gente mala... Mira, hay una gente allá atrás que está incómoda y se pueden salvar”, dice.
Desde el inicio de la emergencia, se realizaron 155 traslados en ambulancias a centros de salud públicos y privados, donde se pudieron contabilizar 189 personas rescatadas con vida. Sin embargo, 226 personas perdieron la vida en la zona cero o en los hospitales a donde fueron trasladados en medio del caos.
“Estas cifras reflejan tanto la magnitud de la tragedia como el esfuerzo incansable de los equipos de respuesta que desde la notificación y llegada a la zona de impacto coordinaron acciones de búsqueda”, dijo el Centro de Operaciones de Emergencias (COE), en su informe final, de siete páginas.
El documento, cónsono con lo que se vivió en la escena, revela que, durante aproximadamente 59 horas continuas, un total de 4,580 personas, incluyendo 12 bomberos puertorriqueños, trabajaron sin descanso en la escena, encontrando fuertes escenarios.
Muchos murieron sentados
La mayoría de las personas que fallecieron en la tragedia fueron encontradas sentadas, indicó el ministro de Salud Pública, Víctor Atallah, mientras el gobierno intenta lidiar con el caos que supone un evento como este, en el que no hay manos suficientes para poder bregar con todas las autopsias.
Precisamente, en el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif), a unas cuadras de donde ocurrió la tragedia, se vive un completo caos. Personas gritan desesperadas en busca de sus seres queridos y otros, con un tanto de resignación, permanecen sentados en la entrada, o afuera del edificio, compungidos.
Como si no fuera suficiente el dolor que supone perder a un ser amado, ahora se enfrentan a la difícil tarea de ver las fotos de sus cuerpos, o escuchar descripciones bien gráficas, sobre aspectos que, quizás, se asemejan con su apariencia, para poder identificarlos.
“Estamos buscando los familiares de una persona, una mujer, que tiene un tatuaje en su mano derecha, de una mariposa y otro de una cruz en su espalda. Si usted tiene un familiar que tenga esas descripciones, por favor, acérquense aquí”, dice una mujer que habla por un micrófono, a pasos de donde estamos.
De momento, se escucha algo desconcertante. “Creo que es ella. Por favor, entra a verificar, que te muestren las fotos, yo no tengo fuerzas”, dice un hombre a otro que lo acompaña en este doloroso momento.
Se despiden de sus seres queridos
Mientras esto ocurre en la morgue y el escenario luce un tanto desconcertante, otros familiares de las víctimas, gente de a pie, que hacen malabares para poder subsistir con pocos recursos, han tenido que recurrir a velatorios masivos, en cementerios municipales, para enterrar a toda prisa a sus seres queridos, cuyos cuerpos están en estado de descomposición por la magnitud de la tragedia.
En solo dos días, el cementerio municipal de Bajos de Haina, una de las comunidades más golpeadas con la emergencia –y que ha perdido, al menos, a 25 de los suyos– se ha enfrentado a 16 sepelios consecutivos, un número que nunca antes habían visto.
“No es fácil lo que estamos viviendo. Creo que no hay palabras para describir lo que estamos atravesando. Se siente como si no hubiera esperanza”, dice un hombre a El Nuevo Día, que prefiere no ser identificado.
En segundos, se presencia una escena dolorosa, desgarradora, que te hace cuestionar la fragilidad de la vida. Una familia entierra a un ser querido, uno de los cinco que perdieron en la tragedia y que deja huérfanas a tres jóvenes, que prometen seguir su legado y ser un ejemplo, como en vida lo fueron sus padres.
Entre coronas de flores blancas, con mensajes de recordación y el rezo del rosario, los familiares de Juan Manuel Santana, un técnico de mantenimiento eléctrico para la compañía Dufry, que laboraba en el aeropuerto de Las Américas, se preparan para dar el último adiós.
Una de sus hijas, Manuela, nos mira fijamente, con la mirada destrozada, los ojos hinchados y los sollozos constantes, como buscando encontrar algún consuelo en medio del difícil momento por el que atraviesa con su familia, que ha tenido, incluso, que romper el féretro blanco, con detalles dorados, donde se encuentra el cuerpo de su padre, para que sea acomodado en un nicho, que queda pegado al suelo.
“Sí, lo sé, a veces hay que ser golpeado para poder crecer, y alcanzar un poco más de madurez, porque no habría forma de saber, manejar lo que vendrá, y aunque el dolor en esos tiempos puede ser tan cruel, pero Dios no nos dejará permanecer allá, más tiempo de lo que podamos soportar”, entona Manuela, con una voz armoniosa, como pocos tienen, interpretando la canción “Sin Dolor”, de la cantante Lilly Goodman.
Así, pasa uno de los episodios más fuertes a los que cualquier persona se puede exponer y, cuando apenas nos sobreponemos de lo que acabamos de ver, llega otro funeral, otra familia más, que llora y se dispone a enterrar a su ser querido en el mismo cementerio.
En medio de toda esta desgracia, las familias de las víctimas encuentran un poco de consuelo en su fe cristiana, que resulta impresionante. Han colocado altares no solo en la zona cero, sino en sus respectivas comunidades, para honrar la memoria de sus muertos.
Flores y velas color blancas, junto a la bandera de República Dominicana, destacan frente a la estructura destruida de la discoteca Jet Set, en un altar improvisado, que no solo muestra respeto a las víctimas, sino que parece ser un clamor para que una tragedia como esta no se olvide nunca.
Pues no se trata de una simple cifra. Eran hijos, hijas, hermanas, hermanos, padres y madres, quienes perdieron la vida en una noche que se supone fuera de alegría, jolgorio, algarabía, pero que terminó siendo una total pesadilla.