

4 de marzo de 2025 - 4:08 PM
En un barco, rodeado de icebergs en varios tonos de azul y montañas cubiertas de nieve, Qooqu Berthelsen señala el desprendimiento del hielo marino como una señal preocupante.
No obstante, ahora algo le inquieta a él y a muchos groenlandeses tanto como el retroceso del hielo que pone en peligro su sustento.
“Mi preocupación”, dice el cazador, pescador y propietario de una empresa turística de 23 años, “es que Trump venga y se apodere de Groenlandia”.
Luego repite lo que se ha convertido en un mantra para los groenlandeses en las semanas desde que el presidente estadounidense Donald Trump puso a su patria ártica bajo los reflectores al amenazar con apoderarse de ella, lo cual ha encendido un interés sin precedentes en la independencia total de Dinamarca, un tema clave en una elección parlamentaria el 11 de marzo.
“Los groenlandeses no quieren ser daneses. Los groenlandeses no quieren ser estadounidenses”, agregó Berthelsen.
“Groenlandia no está en venta”, afirma.
Escucharás esta declaración en todas partes, desde por el primer ministro y los estudiantes universitarios en Nuuk, la capital más septentrional del mundo, hasta los cazadores y pescadores en aldeas escasamente pobladas en la isla más grande del planeta. Después de todo, esta es Kalaallit Nunaat, el nombre groenlandés para “tierra de los kalaallits” o “tierra del pueblo”.
La mayoría de esos 57,000 groenlandeses son indígenas inuit. Se enorgullecen de una cultura y tradiciones que les han ayudado a sobrevivir durante siglos en condiciones excepcionalmente difíciles, de su estrecho vínculo con la naturaleza y de pertenecer a uno de los lugares más bellos, remotos e intactos de la Tierra.
A muchos en este territorio semiautónomo les inquieta y ofenden las amenazas de Trump de tomar el control de su tierra natal rica en minerales —incluso por la fuerza— con el argumento de que Estados Unidos los necesita “para su seguridad nacional”.
“¿Cómo pueden unas pocas palabras… cambiar el mundo entero?”, preguntó Aqqaluk Lynge, expresidente del Consejo Circumpolar Inuit y fundador del Partido Inuit Ataqatigiit, que gobierna Groenlandia. “Puede porque está jugando con fuego. Aquí vemos a un Estados Unidos diferente, con ideas y deseos totalmente nuevos”.
Groenlandia es vital para el planeta, aunque gran parte del mundo tal vez no lo sepa. Estados Unidos y otras potencias mundiales codician su ubicación estratégica en el Ártico, sus valiosos minerales de tierras raras atrapados bajo el hielo necesarios para las telecomunicaciones, sus miles de millones de barriles de petróleo, su potencial para establecer rutas de transporte y comercio a medida que el hielo continúa su retroceso debido al cambio climático.
Ni siquiera uno de los fanáticos más fervientes de Trump en Groenlandia —quien usa con orgullo una gorra MAGA (“Make America Great Again”) y una camiseta estampada con la imagen de Trump con el puño levantado y las palabras: “American Badass” desea ser estadounidense.
Pero, como otros groenlandeses, quiere vínculos más fuertes con Estados Unidos y que se abran a los negocios más allá de Dinamarca, que los colonizó hace 300 años y todavía ejerce control sobre su política exterior y de defensa.
“Cuando Trump asumió el cargo, quería hablar con los groenlandeses directamente sin pasar por Dinamarca. Quiere negociar con nosotros y es por eso que los daneses tienen mucho miedo”, dijo Jørgen Boassen, quien ha visitado la Casa Blanca y dio la bienvenida a Donald Trump Jr. cuando visitó Nuuk hace poco.
Los comentarios del presidente estadounidense desencadenaron una crisis política en Dinamarca. La primera ministra realizó una gira por las capitales europeas para obtener apoyo y declaró que el continente enfrentaba “una realidad más incierta”, mientras su país se movía para fortalecer su presencia militar en Groenlandia.
Para algunos, ha sido vertiginoso, una montaña rusa de emociones desde las amenazas de Trump, desde que su primogénito aterrizó en Nuuk en enero en un avión con la palabra “TRUMP” en los costados, y desde que su padre publicó en redes sociales: “¡DEVOLVAMOS LA GRANDEZA A GROENLANDIA!” con un mensaje para los groenlandeses: “Los vamos a tratar bien”.
“Cuando eso estaba sucediendo, sentí como si me hubieran dado un golpe en el estómago”, enfatizó Qupanuk Olsen, ingeniera de minas e influencer en redes sociales, quien además contiende en las elecciones por el partido Naleraq.
A su alrededor, sus partidarios se reunieron en una bahía de Nuuk llena de témpanos de hielo gigantes. Ondeaban la bandera nacional roja y blanca que representa el Sol y el hielo que cubre la mayor parte de Groenlandia.
“Sentí que el suelo nunca volvería a ser el mismo”, dijo. “Es como si estuviéramos sobre un témpano de hielo y comenzara a romperse, y no sabemos qué va a ocurrir después”.
Periodistas de lugares lejanos han llegado a Nuuk para preguntar a los lugareños qué piensan de las palabras de Trump. Los “Nelk Boys” —creadores de contenido de un canal de YouTube canadiense-estadounidense pro-Trump— vinieron para repartir gorras MAGA y billetes de $100 a los niños en las calles de Nuuk.
“Aunque hay fuertes sentimientos de tristeza, desesperación, confusión, creo que también somos más fuertes que nunca. Estamos luchando por nuestra gente y eso me da esperanza”, expresó Aka Hansen, cineasta y escritora inuk. Sospecha de las intenciones de Trump, aunque le agradece por atraer la atención del mundo hacia su patria.
“Pasamos por todas las emociones —al principio muy divertidas, después muy ligeras; después muy serias”, agregó Hansen, quien trabajó con Conan O’Brien cuando el comediante llegó a Nuuk en 2019 para filmar un episodio en el que se burlaba de la idea de Trump de comprar Groenlandia. “Ahora, con toda la prensa internacional que ha estado aquí, nos han dado una voz que se está tomando en serio”.
Como muchos otros groenlandeses, ella no quiere ser gobernada por otra potencia colonial. Pero siente que la retórica de Trump ha acelerado el impulso para la independencia de Dinamarca.
El país nórdico, exgobernante colonial de Groenlandia, ha sido acusado de cometer abusos contra el pueblo inuit de su isla, como separar a los niños de sus familias en la década de 1950 con la excusa de integrarlos a la sociedad danesa, y colocar dispositivos anticonceptivos intrauterinos a las mujeres en las décadas de 1960 y 1970, supuestamente para limitar el crecimiento de la población en la isla.
“Es un momento histórico para Groenlandia ... en comparación con hace dos meses, cuando nadie hablaba sobre independencia”, dijo Olsen. “Ahora, todo el mundo habla de ella”.
Groenlandia, una antigua colonia de Dinamarca y actualmente una nación constituyente del reino, obtuvo su autonomía en 1979 y ahora se gobierna a sí misma a través de su Parlamento. Un tratado con Estados Unidos y una base militar estadounidense en Groenlandia también le dan a Washington voz sobre la defensa del territorio.
Groenlandia es enorme —aproximadamente una quinta parte del tamaño de Estados Unidos o tres veces el tamaño de Texas—. Su masa terrestre está geográficamente en Norteamérica, y su capital en el Ártico está más cerca de Nueva York que de Copenhague.
“Dinamarca es solo un intermediario en todo ese sistema. Y ya no necesitamos a ese intermediario”, expresó Juno Berthelsen, candidato a las elecciones por el partido Naleraq. Dice que Trump le ha dado a Groenlandia una ventaja para negociar con Dinamarca. “Nuestro objetivo político es tener nuestro propio acuerdo de defensa, de modo que podamos conectarnos directamente con Estados Unidos en términos de defensa y seguridad”.
Su partido, dijo, pretende invocar un artículo en una ley que daría a Groenlandia una mayor autonomía y, eventualmente, la ruta hacia la independencia total.
Cuando se le pidió que describiera el momento de Groenlandia, expresó: “Si tuviera que elegir una palabra, sería ‘emocionante’. Y lleno de oportunidades”.
En su primer mandato, Trump comenzó a hablar sobre adquirir Groenlandia a Dinamarca, país aliado de Estados Unidos desde hace mucho tiempo. En ese 2019, la mayoría lo desestimó. Pero tuvo un efecto dominó.
“No fue tomado tan en serio en ese entonces como hoy. Pero fue importante para Groenlandia porque, sin quererlo, le hizo un favor a los groenlandeses”, explicó Ebbe Volquardsen, profesor de historia cultural en la Universidad de Groenlandia. “Subrayó el valor de estar en una unión con Groenlandia”.
La economía groenlandesa depende de la pesca y otras industrias, así como de una subvención anual de unos 600 millones de dólares de Dinamarca. Cuando Trump mostró interés en comprar Groenlandia debido a su ubicación estratégica y sus recursos minerales, destacó esa suma anual como la cantidad que otras naciones estarían dispuestas a pagar por tener una presencia militar o comercial en Groenlandia, añadió Volquardsen. Con eso, le dio a Groenlandia ventaja para lograr una mayor autonomía y posibles indemnizaciones por los abusos cometidos por el poder colonial que los gobernaba.
“Eso fue importante porque la narrativa en Dinamarca hasta esa fecha … había sido que Groenlandia recibía esta financiación como una especie de ayuda o regalo altruista”, puntualizó Volquardsen.
La vida en Nuuk parecía continuar como siempre a mediados de febrero, excepto por una “ola de calor”. Tras semanas de temperaturas bajo cero, la capital de Groenlandia se volvió varios grados más cálida que Washington, D.C., la capital estadounidense.
Grandes bloques de hielo azul pálido fueron arrastrados por los vientos, encerraron a los barcos en el puerto y crearon un espectáculo para los residentes que tomaron fotos bajo la luz rosada del atardecer. Algunas noches, el cielo se iluminó por espectaculares franjas de verde y otros colores de las auroras boreales.
Casi podría olvidarse que Groenlandia se ha convertido en la zona cero de un enfrentamiento geopolítico —si, claro está, ignoras las portadas de los periódicos locales con imágenes de Trump y la pantalla tipo cinta de teletipo en el centro de la ciudad con su nombre y la palabra groenlandesa “Amerikamiut” (“estadounidense”).
En un día gélido, niños de jardín de infantes con chalecos fluorescentes caminaban en fila detrás de su maestro al cruzar una calle cubierta de hielo y nieve. A unas pocas cuadras, los adolescentes jugaban hockey en un estanque congelado.
En una colina junto a una estatua del misionero danés-noruego que fundó la ciudad en 1721, tañeron las campanas y una pareja de recién casados reía mientras los miembros de la familia les arrojaban arroz para que tuvieran buena fortuna afuera de la catedral luterana de madera de Nuuk. Más del 90% de los groenlandeses se identifican como luteranos.
Después de la ceremonia de la boda, los invitados se reunieron en su casa para un “kaffemik”, una reunión de celebración tradicional donde comparten café y productos horneados.
Algunos groenlandeses dicen que se sentían seguros al ser en gran medida desconocidos para el mundo. Ahora, sin embargo, esa sensación se ha disipado.
Sentada con su esposo en una mesa llena de familias que charlaban y reían, Tukumminnguaq Olsen Lyberth, dijo que la ola de atención y los comentarios polarizadores llevaron a algunos de sus amigos a eliminar sus cuentas de Facebook.
“No estamos acostumbrados a tener tanta atención sobre nosotros, así que es abrumador. Antes, nadie sabía sobre nosotros. Ahora es un bombardeo de atención”, agregó Olsen Lyberth, de 37 años, quien estudia historia cultural en la Universidad de Groenlandia.
“Siento que este es el enero más largo”, dijo en broma (en febrero). “Es todo ello. Todo se siente demasiado abrumador”.
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