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Hace tiempo tengo ganas de decirlo: aquí nunca ha habido bipartidismo, sino que, al igual que en tantos otros lugares del mundo donde tradicionalmente se alternan en el poder un par de formaciones políticas, el verdadero control lo ostenta el capital. Es el capital el que manda, el que mueve fichas, el que condesciende a una serie de ciclos, y hasta el que impulsa, tras bambalinas, la defenestración de un gobernador —Rosselló salió tan apurado que se le olvidó coger al perro—.
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