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Samuelito lo ha visto todo. Sus ojos, tan diáfanos como nuestra esperanza, oscilan al compás de sus puños precoces y de un “mutis” que lo engrandece en pantalla. Chata: como la nariz -real y simbólica- del púgil tatuado que hace las veces de antihéroe, aunque nos enfade desde las gradas. Como la piel lacerada del que recibe cantazos y, a pesar de ello, queda erguido en un segundo para alcanzar su sustento y hacer patria. Como “un asunto o negocio poco rentable”, alias pelea callejera o deporte de pocos, diría la RAE. Chata: como las promesas económicas falsas, las agendas partidistas ocultas y las intrigas políticas en un país que, desde hace años, se desangra. Aun así, se mantiene en la esquina incómoda del cuadrilátero de las quimeras. De las batallas.
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