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Aquellos vientos no sólo se conformarían con revolcar al archipiélago puertorriqueño entero, arrastrarían veloces la incertidumbre y el asombro por todas las comunidades afectivas y familiares en la distancia. No pasaron muchas horas después del desastre cuando ya estaban activadas decenas de comunidades desde afuera, angustiosos observadores del silencio y el desastre. Decir activadas es hablar de lazos de apoyo, de búsqueda de recursos, de aumento de empatía y acción para intentar aliviar lo que íbamos atestiguando con desespero. Decir comunidades es hablar de ese fenómeno que se establece donde hay tres o más boricuas dispuestos a no permanecer como agentes pasivos ante lo que veíamos con incredulidad y desgarre emocional.
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