Mirando hacia atrás, me doy cuenta de cuán feliz ha sido mi vida, rodeada de una familia amorosa, de amistades queridas y con un trabajo gustoso, escribe Carmen Dolores Hernández
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de cuán feliz ha sido mi vida, rodeada de una familia amorosa, de amistades queridas y con un trabajo gustoso, escribe Carmen Dolores Hernández
La cifra resulta lapidaria: ¡80 años! Cae como una losa sobre cualquier pretensión de juventud y lozanía, de vigor o de ambición. No se trata ya de un umbral más o menos negociable: es la vejez plena, inapelable, sin disimulos posibles. A quienes la habían alcanzado les endilgábamos epítetos degradantes: ochentona, decrépita, tramitada, patética… ; ahora nos lo harán a nosotros.
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