Me había salvado la sabiduría científica de Rurico Díaz Rivera. En el fondo, me había salvado la UPR, que decidió repatriar médicos de su talla y ponerlos al servicio del país, escribe Luce López Baralt
Me había salvado la sabiduría científica de Rurico Díaz Rivera. En el fondo, me había salvado la UPR, que decidió repatriar médicos de su talla y ponerlos al servicio del país, escribe Luce López Baralt
Hablo literalmente. No me refiero al esmero con el que mi alma mater dirigió mis primeros pasos académicos para luego lanzarme al mundo del estudio internacional, hija de una extraordinaria disciplina y rebosante de entusiasmo. No. Esa formación ya se la he agradecido incontables veces a la UPR. En su mayor esplendor histórico, nuestra Universidad, hoy en precario, florecía al amparo de la fe que Puerto Rico tenía en ella. Y ello, pese a sus debates internos y a las serias diferencias que tuvo con el gobierno. Esa fue la Universidad que me salvó la vida: la que creía en sí misma; la que optó por modernizarse; la que niveló nuestras clases sociales, la que nos dio un sentido de país. Y, sobre todo, la que optó por salir del subdesarrollo salubrista en el que Puerto Rico estaba estancado. Enfermedades infecciosas como la bilharzia y la tuberculosis eran endémicas, y en los campos era frecuente ver el entierrito de algún niño muerto innecesariamente por falta de recursos médicos.
Te invitamos a descargar cualquiera de estos navegadores para ver nuestras noticias: