

La ventana del cuarto donde escribo da a un patio de luz del edificio y diviso a la rusa rubia en su cocina, encendiendo el fuego para la marmita del té del desayuno, sus trenzas recogidas en una corona y la cara de desvelo porque ha venido a visitarla anoche el venezolano con voz de barítono que le trae flores en un cartucho de papel de seda y se sienta a esperar que prepare los blinis de la cena mientras le cuenta embustes que él mismo celebra entre risas sonoras, y luego de recoger ella los platos apagan la luz y viene el silencio.
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