La muerte no tiene que ser tan temida que hagamos innecesariamente penosos (y espiritualmente torpes) nuestros últimos instantes sobre la tierra, escribe Luce López Baralt
La muerte no tiene que ser tan temida que hagamos innecesariamente penosos (y espiritualmente torpes) nuestros últimos instantes sobre la tierra, escribe Luce López Baralt
En uno de sus relatos más escalofriantes, “The Facts in the Case of Mr. Valdemar”, Edgar Allan Poe narra cómo un hipnotista --mejor, un mesmerista, pues estamos en 1845-- hipnotiza al señor Valdemar justo en el momento de su muerte. El personaje había aceptado participar en el inusitado experimento, y cuando llega el momento de su tránsito, permanece suspendido entre la vida y la muerte merced al mandato del hipnotizador. Se convierte así en un undead, como los vampiros literarios del siglo XIX, que no podían acceder al consuelo de la muerte. El señor Valdemar queda pues muerto y a la vez impedido de morir durante siete meses --brain dead, diríamos hoy-- hasta que el hipnotista lo despierta de su trance inducido. Súbitamente, su cuerpo se convierte en un espeso líquido putrefacto sobre la cama. Era la descomposición física esperable de quien debió haber muerto meses atrás.
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