Lejos de ser un hombre común y corriente, aún en su uniforme de presidiario, monseñor Rolando Álvarez es un símbolo. El símbolo más poderoso del país, escribe Sergio Ramírez
Lejos de ser un hombre común y corriente, aún en su uniforme de presidiario, monseñor Rolando Álvarez es un símbolo. El símbolo más poderoso del país, escribe Sergio Ramírez
Cuando en agosto del año pasado el cerco de acoso policial se cerraba alrededor de monseñor Rolando Álvarez, obispo de la diócesis de Matagalpa, y aún sus mensajes alcanzaban las redes sociales, su voz se dejó oír, desolada, pero con entereza, con una oración que empezaba: “Señor, Señor… vengo de una larga noche; estoy saliendo de las aguas saladas. Ten piedad. La soledad es una alta muralla que me cierra todos los horizontes. Levanto los ojos y no veo nada. Mis hermanos me dieron la espalda y se fueron. Todos se fueron…”.
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