En las honduras de la cueva de Montesinos el hidalgo manchego dio con el inesperado reverso de sus caballerías redentoras y descubrió, por más, la condición desasosegante de su amada enaltecida, escribe Luce López Baralt
En las honduras de la cueva de Montesinos el hidalgo manchego dio con el inesperado reverso de sus caballerías redentoras y descubrió, por más, la condición desasosegante de su amada enaltecida, escribe Luce López Baralt
La literatura enaltece los paisajes de la naturaleza: imposible pensar los páramos y secarrales de Castilla sin Azorín; a Soria sin la melancolía de Machado; al Viejo San Juan sin la nostalgia de Noel Estrada; a nuestro mar –azul, más que azul, azul—sin el Contemplado de Pedro Salinas. Imposible también pensar La Mancha sin don Quijote. Pero para entender cabalmente la psique profunda del caballero hay que descender con él en la Cueva de Montesinos.
Te invitamos a descargar cualquiera de estos navegadores para ver nuestras noticias: