La experiencia estética está destinada a suscitar en cada individuo interrogantes muy personales. Pero ahí precisamente reside su esencial virtud, escribe Rafael Escalera Rodríguez
La experiencia estética está destinada a suscitar en cada individuo interrogantes muy personales. Pero ahí precisamente reside su esencial virtud, escribe Rafael Escalera Rodríguez
Algunas personas, a pesar de haber fracasado muchas veces según sus propias métricas, están siempre seguros de tener todas las respuestas y no son tímidos a la hora de decirnos cómo tenemos que vivir los demás. Para esos, la tan cartesiana experiencia de la duda resulta extraña. Hay otros, más sabios y generosos de espíritu, que saben que en la vida tan solo hay preguntas que trata de contestar (siempre sin éxito) cada ser humano. Uno de estos últimos, un siquiatra humanista de nombre Ernesto, me recordó la existencia de The School of Life, organización que estudia y genera materiales sobre una gran variedad de disciplinas relacionadas con el esfuerzo por aceptar nuestra naturaleza y vivir una vida plena y constantemente interrogada. Esos materiales (Art as Therapy, What is culture for?) y otros (The Meaning of Art, On the Art of Life and Vice Versa) apoyan e inspiran esta columna.
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