Casals vivió una vida larga y fructífera, marcada por su apego insobornable al poder redentor de la cultura frente a la insensatez de las guerras, escribe Pedro Reina Pérez
Casals vivió una vida larga y fructífera, marcada por su apego insobornable al poder redentor de la cultura frente a la insensatez de las guerras, escribe Pedro Reina Pérez
Cuando Pablo Casals a los 96 años exhaló su último aliento el 22 de octubre de 1973 en el Hospital Auxilio Mutuo, una era de honda transformación en la música puertorriqueña llegó a su fin. Desde que el violonchelista catalán de madre mayagüezana hiciera de Puerto Rico su casa en 1955, su presencia entre nosotros desencadenó una ola de transformaciones duraderas con la inversión pública para crear el Festival Casals en 1957, la Orquesta Sinfónica en 1958 y el Conservatorio de Música en 1959. Con estas tres instituciones cambió para siempre la educación musical, acrecentando el desarrollo de talento y el conocimiento sobre la música culta. Casals vivió una vida larga y fructífera, marcada por su apego insobornable al poder redentor de la cultura frente a la insensatez de las guerras—una realidad que él sufrió en carne propia—, teniendo que vivir un exilio en Francia desde 1939 a causa de la Guerra Civil Española y eventualmente de la Segunda Guerra Mundial. Durante esos años de destierro vivió momentos de gran precariedad personal, aferrado al violonchelo que lo consagró décadas antes como el principal chelista de su tiempo.
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