Aunque la “geografía atlética” trascienda las fronteras del imperio, no siempre es capaz de escapar a los legados del racismo, escribe Yarimar Bonilla
Aunque la “geografía atlética” trascienda las fronteras del imperio, no siempre es capaz de escapar a los legados del racismo, escribe Yarimar Bonilla
Cada cuatro años, los Juegos Olímpicos nos ofrecen un vistazo a un mundo más grande y brillante, y a su vez iluminan las contradicciones de la nación moderna. El pasado sábado, dos boricuas diaspóricos, José Alvarado y Tremont Waters, lideraron al equipo de baloncesto masculino de Puerto Rico en su confrontación con el equipo de Estados Unidos. Este enfrentamiento evocó recuerdos de cuando Puerto Rico derrotó al “dream team” estadounidense en Atenas en 2004. Ese juego permanece grabado en la memoria cultural como lo más cercano que hemos tenido a una victoria nacional. Nuestra propia “guerra de independencia”, si se quiere, en uno de los pocos terrenos donde se nos permite declararla.
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