Mientras Madrid hierve, pensemos en un eclipse que por unos segundos se lleve la luz incandescente del sol, escribe Sergio Ramírez
Mientras Madrid hierve, pensemos en un eclipse que por unos segundos se lleve la luz incandescente del sol, escribe Sergio Ramírez
Hoy hace cuarenta grados a la sombra en Madrid y la ciudad parece arder en un fuego invisible pero tenaz, que poco rebaja en las noches. Apenas media junio y ya el verano avienta sus fraguas a más no poder, lo que anuncia un verano temible y hace añorar los calores del trópico centroamericano, que en la memoria me parecen más piadosos. Es el mismo ardiente viejo sol de encendidos oros que hacía huir a Rubén Darío hacia tierras de Asturias, adonde yo he venido, no en plan de veraneo, o de “hacer la cura”, como se decía entonces, sino para participar en la clausura de las tertulias de Campoamor, en Oviedo, y en la Feria del Libro de Gijón.
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