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El sobresalto más grande que me he llevado en mi vida de estudiosa fue la lectura de un manuscrito que redactó un morisco español a principios del siglo XVII. Es que su códice madrileño, catalogado como S-2 en la Biblioteca de la Historia, decía algo impensable para el imaginario occidental cristiano: el sexo nos lleva a Dios. Leer esta afirmación gozosa escrita en perfecto castellano me sacudió de tal manera que escribí un libro de 700 páginas para entender mejor mi propio asombro. Poco a poco lo fui comprendiendo: este tratado reverencial sobre el matrimonio, pensado desde el punto de vista musulmán, desmentía dos milenios de educación sexual cristiana respecto a las nupcias humanas.
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