Las investigaciones sugieren que el contexto cultural y geográfico en que ocurre el soborno parece ser más importante que el sexo de los participantes, escribe Fernando Cabanillas
Las investigaciones sugieren que el contexto cultural y geográfico en que ocurre el soborno parece ser más importante que el sexo de los participantes, escribe Fernando Cabanillas
Sabemos que la corrupción gubernamental no es nada inusual en Puerto Rico. En la época de Pedro Rosselló, más de 40 de sus funcionarios fueron convictos por diferentes modalidades de corrupción. Después de ese récord, otros funcionarios de ambos partidos también han sido hallados culpables de ese delito. Una vez los agarran, suelen declarar lo afligidos y arrepentidos que están hasta el punto de que muchas veces se colocan una Biblia debajo del brazo como muestra de su remordimiento. Un caso muy reciente representa el esquema de corrupción más grande en los últimos años. Me refiero al del empresario y sobornador Oscar Santamaría junto con los exalcaldes Félix “el Cano” Delgado de Cataño, Ángel Pérez de Guaynabo y demás secuaces que están bajo la lupa. Profundamente “arrepentido”, “el Cano” alegó (sin una Biblia bajo el brazo) que “el poder te ciega”. En otras palabras, no es mi culpa, es culpa del poder.
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