Vale la pena examinar otros modelos con los que otras sociedades democráticas han intentado gestionar el patrimonio religioso, escribe Víctor M. Muñiz Fraticelli
Vale la pena examinar otros modelos con los que otras sociedades democráticas han intentado gestionar el patrimonio religioso, escribe Víctor M. Muñiz Fraticelli
La reciente polémica en torno a la venta del Palacio Episcopal y el Seminario Conciliar apunta a una crisis más profunda en la preservación del patrimonio histórico puertorriqueño, que en gran medida es un patrimonio religioso. La Iglesia Católica es titular de propiedades de enorme valor patrimonial adquiridos, en su mayoría, en tiempos en los que contaba con un importante subsidio económico estatal que hacía posible su mantenimiento. El régimen de separación de iglesia y estado establecido en 1898 y reafirmado en la Constitución de 1952 dio fin a esa fuente de ingreso. La pujante secularización del último siglo ha vaciado a las iglesias de feligreses y las arcas de fondos. Si el patrón continúa, es inevitable que la pregunta de cómo mantener el patrimonio religioso se repita.
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