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Parece que no tenemos suficiente suplicio con que nos llamen “dama” cada dos minutos —sin serlo, que es lo que más duele—, y que hasta en la gasolinera, si paramos frente a una bomba defectuosa, alguien nos ulule por el altavoz: “Dama, dama, vaya por la siete”, con lo que me quedo tan anonadada que apenas atino a coger el pistero, prometiéndome que la próxima naceré hombre (a los hombres les dicen: “papi, vete por la siete”, y si en algún momento les dicen caballeros, es porque se lo han buscado). En fin, parecería que una no tiene suficiente con todo eso, que ahora se nos desea, a diestra y siniestra, “que pasemos un bonito día”.
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