La muerte por dengue de un hombre en Arecibo, más la inquietante aparición de un brote de sarampión en Texas, donde viven, según el Censo, cerca de un cuarto de millón de puertorriqueños, obliga a las autoridades locales a estar en alerta máxima y a tomar las medidas necesarias para contrarrestar con éxito estas amenazas.
El dengue y la influenza, de la que en la temporada 2024-25 se han reportado más de 40,000 casos, incluyendo 113 que tristemente fallecieron, llevan tiempo galopando en la isla. El deceso del paciente en Arecibo, que tenía 85 años, es la primera muerte de este año. Al menos 849 personas se habían enfermado de dengue al comienzo de la semana recién terminada, de los cuales casi la mitad (46.5%) requirió hospitalización.
Se puede ver, en la cantidad de casos, y en los fatales desenlaces que nunca se pueden descartar al lidiar con estas condiciones, que estamos hablando de una situación de suma seriedad que no puede, ni debe, ser tomada a la ligera.
El caso del brote de sarampión en el oeste de Texas es un poco más complicado por razones que no todas debían de serlo. Hasta mediados de la semana, 159 personas se habían infectado, casi todas sin vacunar. Un niña de edad escolar falleció. Casos de sarampión, además, se han detectado en otros nueve estados.
Lamentablemente, esto es consecuencia del pernicioso ambiente anti-vacuna que se ha desarrollado en sectores de la sociedad estadounidense.
Uno de los principales promotores de estas falsedades no es otro que el mismísimo secretario de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, Robert F. Kennedy, Jr. Luego de minimizar la existencia del brote en Texas, Kennedy sugirió combatirlo no con vacunas que por décadas han demostrado su efectividad y seguridad, sino con “remedios naturales”, cuya eficacia contra el sarampión no está ni remotamente comprobada, como el aceite de hígado de bacalao.
La historia nos ha demostrado en innumerables ocasiones que lo que empieza en Estados Unidos no tarda en aparecer por acá. Las autoridades sanitarias de Puerto Rico, que no han puesto en duda nunca la eficacia y seguridad de las vacunas, tienen, por lo tanto, que intensificar los esfuerzos de vacunación, partiendo de la premisa de que es muy probable que comiencen a aparecer por acá casos de sarampión llegados de Estados Unidos.
El dengue y la influencia, que ya están aquí haciendo escante, y su aparición no es una mera probabilidad, requieren también un esfuerzo concertado y continuo de las autoridades y, por supuesto, de la población. En el caso del dengue, por ejemplo, que es provocado por el mosquito Aedes aegypti, combatirlo es tan sencillo como eliminar los criaderos de dicho mosquito, lo cual es una responsabilidad de cada ciudadano.
Al gobierno, incluyendo los municipios, cuya colaboración en estos esfuerzos suele ser muy valiosa, le corresponde fumigar y limpiar áreas comunes o abandonadas.
Para la influenza, hay una vacuna económica, eficaz, segura y disponible en abundancia, que se ha usado por décadas sin problemas. Corresponde al gobierno y a proveedores de salud privados abastecerse de estas y llevar a cabo campañas para que el público sepa que están disponibles. Por supuesto, ninguno de estos esfuerzos valdría la pena si el ciudadano, en quien sigue cayendo la principal responsabilidad, no acude a vacunarse.
Como criaturas del trópico, los puertorriqueños llevamos toda la vida lidiando con estas enfermedades, sobre todo el dengue y la influenza, y sabemos lo que hay que hacer en estos casos. Lo que necesitamos es tomar en serio la amenaza y afrontarla responsablemente, como sabemos hacerlo. Hecho así, estaremos bien.