El presidente Donald Trump, en su segundo mandato, ha superado todas las expectativas. La serie de órdenes ejecutivas que lo mantienen gobernando por decreto conforman una marea abrumadora, apenas contenida por un frágil dique levantado por la valiente acción de varios jueces de distrito. Su feroz e imprudente estilo político tiene otro componente: Trump ha desafiado al sistema, ideando un cogobierno junto a magnates multimillonarios como el sudafricano Elon Musk.
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Esta cuestionable elección de socios ha elevado la vara tan alto como su propia ambición, hasta el punto en que el excéntrico y desconcertante Musk ya opaca al vicepresidente J.D. Vance.
El magnate fundador de Tesla y SpaceX, además de “dueño-usuario” de la red X (anteriormente Twitter), lidera el equipo del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE). La misión, tan intensa como el afán de colonizar Marte, busca reducir el tamaño de la administración federal eliminando agencias completas y miles de puestos federales.
Como hemos señalado en estas páginas, nadie discute la necesidad de salvaguardar el uso responsable de los recursos públicos, reducir el personal innecesario en las agencias y acabar con la burocracia que obstaculiza el desarrollo de planes y proyectos que benefician a la comunidad. Sin embargo, una política aplicada en modo “motosierra”, como ha acuñado el presidente argentino Javier Milei, termina atropellando derechos constitucionales y afectando de manera arbitraria servicios esenciales para importantes sectores de nuestra sociedad.
La falta de decoro en el estilo de Trump traspasa sus propios estándares. Ha desestimado las críticas razonables que advierten sobre el grave conflicto de interés que representa el papel de Musk como agente fiscalizador del Estado. Musk tiene acceso a información confidencial que le permitirá lograr una ventaja desleal frente a quienes buscan competir en sus respectivos sectores.
Elon Musk ha revolucionado industrias clave, como la movilidad eléctrica y la exploración espacial, pero gestionar un gobierno implica retos que van más allá de los resultados puramente financieros,
Musk y otras figuras del sector tecnológico, como los poderosos inversores Peter Thiel y Marc Andreessen, que han apoyado efusivamente a Trump, se agrupan en el movimiento de los “constructores”. Como relata Alessandro Aresu en un lúcido análisis en la revista *El Grand Continent*, son fervientes defensores de un EE.UU. “aceleracionista” que avanza sin ser frenado por regulaciones y que aniquila, a su juicio, autorizaciones innecesarias, en una visión que goza de un inusitado consenso en el espectro político y económico americano.
Puerto Rico inevitablemente quedará enredado en esta maraña de recortes y ahorros urgentes. Ya aparecen los primeros nubarrones. Las organizaciones del tercer sector ven con horror cómo programas esenciales quedan en vilo, tal como la Casa Protegida Julia de Burgos, cuyo financiamiento depende en gran parte de fondos federales, o Escape, que lleva 42 años combatiendo el maltrato infantil y que es subcontratada por el Departamento de la Familia con fondos federales.
La ironía del presidente al anunciar el nombramiento de la secretaria de Educación refleja la radicalidad de su mandato. Trump le dijo a Linda McMahon que ella sería la primera funcionaria que trabajará para quedar cesante. Su misión es implosionar esa agencia. Cómo golpeará esto al Departamento de Educación de Puerto Rico aún está por verse, pero las repercusiones son inevitables.
El mismo misterio rodea a los fondos aún no liberados para la reconstrucción de nuestra infraestructura crítica, incluida la red eléctrica, así como para la permanencia de programas asistenciales altamente necesarios para nuestra gente.
La gobernadora Jenniffer González y el comisionado residente Pablo José Hernández Rivera tienen la ardua tarea de superar este adverso panorama. Harían bien en imitar al centenar de ONG que ya se unieron para empezar un trabajo considerando el peor escenario, reactivando el Task Force del Pueblo, tal como ocurrió durante la pandemia, para no esperar de brazos cruzados.
Es imperioso encaminar una acción proactiva que aglutine a todos los sectores de la sociedad puertorriqueña para aunar fuerzas, impulsar iniciativas y contener estas acciones de Donald Trump. No podemos resignarnos antes de tiempo. Es un compromiso ineludible.