Las Navidades puertorriqueñas -a menudo llamadas “las más largas del mundo”- culminan este lunes con el Día de Reyes, la fecha más especial de la época para niños y niñas y que nos ofrece a los adultos la oportunidad de reflexionar acerca de la sociedad que le estamos dejando a los más pequeños.
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No es secreto para nadie que Puerto Rico lleva años atravesando una profunda crisis institucional, económica y social, cuyos efectos, por supuesto, no han eximido a nuestros niños. Pero no es secreto, tampoco, que somos un pueblo valeroso y resiliente que podemos encontrar la manera de superar estos enormes desafíos, sobre todo cuando se trata de procurarles mejores condiciones de vida a las futuras generaciones.
Invitamos, entonces, a que la Fiesta de la Epifanía, que este año, coincide, además, con la entrada en funciones de un nuevo gobierno, encabezado por la gobernadora Jenniffer González, nos sirva como inspiración para echar a andar, sin más demoras, las iniciativas y políticas que propendan a mejorar la calidad de vida y perspectivas de futuro de nuestros niños.
La tarea es titánica. Pero, como con toda tarea titánica, sin el primer paso no se podrá dar el segundo y así sucesivamente.
El 57% de los ciudadanos menores de 17 años en Puerto Rico vive bajo el nivel de pobreza, según el Instituto de Desarrollo de la Juventud, una organización no gubernamental. Esa es una estadística alarmante, que lo es aún más cuando se considera que entre menores de cuatro años es incluso más alta: 64%. Dicho en castellano: la mayoría de los niños y niñas de Puerto Rico vive entre carencias y estrechez, con todas las tristes consecuencias que eso tiene en la vida de cualquier persona, más aún en la de un niño.
Abundan, por ejemplo, estudios, recientes y antiguos, que establecen los terribles efectos que tienen manifestaciones de la pobreza como la precariedad, el estrés económico, la falta de acceso a tecnología y a cultura y hasta la alimentación deficiente en el desempeño académico de los niños.
La educación, de paso, es el ecualizador por excelencia y la puerta de la movilidad social para personas nacidas en entornos de pobreza y carencia. Con educación de calidad y accesible a todos los niveles, las personas tienen una gran posibilidad de romper el ciclo maldito de la pobreza. Lamentablemente, nuestro sistema publico de enseñanza lleva generaciones fallándole a nuestros niños.
El Departamento de Educación celebraba hace poco una leve mejoría en el desempeño de los estudiantes en las pruebas estandarizadas. Mas la celebración no pudo ocultar el hecho de que, aún con la mejoría, la mayoría de los estudiantes no domina materias básicas: solo 39% domina el español, el 33% matemáticas y el 30% en inglés. Ese ha sido más o menos el cuadro por años.
El tema de la pobreza y la falta de acceso a educación de calidad no son las únicas barreras contra el avance de nuestra niñez. Están la violencia, la dificultad de conseguir servicios de salud mental, la escasez de programas de deportes y recreación accesibles y los interminables problemas que enfrentan las familias de niños con diversidad funcional, entre muchos otros.
Del tema de la educación, sin embargo, parten muchos de los demás problemas. Creemos, por lo tanto, que la pobreza infantil y los muchos problemas de la educación pública deben estar en la lista de prioridades de la nueva gobernadora.
Mañana, temprano, habrá en el archipiélago inundación de sonrisas de todos los niños y niñas recibiendo sus preciados juguetes. Muchos, no obstante, dependerán de la caridad -que en estos días no falta- para también tener su obsequio.
El mejor regalo que les podamos dar a todos y todas, no obstante, es un país que les dé a unos y otros la oportunidad de prosperar, desarrollarse y alcanzar felicidad y paz. Ninguna sociedad puede tener una meta más importante que esa.
