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Cuando comenzó la guerra, el hombre tenía 25 años y trabajaba en la capital de la provincia. En los fines de semana regresaba a su pueblo para ver a su madre viuda, a sus hermanos y amigos. Al principio, la guerra era la historia de un alzamiento incomprensible, algo lejano aunque ominoso. Muy pronto el conflicto llegó al norte remoto y la vida nunca volvió a ser la misma. El frente era una raya invisible, incierta y constantemente variante, que en ocasiones atrapaba al hombre en los días laborables en que, a pesar del conflicto, tenía que seguir laborando en la capital y, en otras, en su pueblo.
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