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En días recientes, acuciado por las derivas de la lectura, tomé el grueso volumen de la poesía completa de Ernesto Cardenal y volví a leer la “Epístola a Monseñor Casaldáliga”. Aún puedo recordar el efecto que me produjo la primera lectura de este texto, que por lo general no es incluido en las antologías más difundidas del poeta y sacerdote nicaragüense. Entonces, lo leí apenas salido de la escuela, en un volumen de pocas páginas editado en España, que incluía otros poemas y algunas fotos de la adelantada comunidad religiosa a la que pertenecieron por igual laicos y sacerdotes, hombres y mujeres, creada por Cardenal en una isla del lago de Nicaragua.
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