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En este año de elecciones en Estados Unidos, cuesta trabajo aceptar que la contienda enfrentará a Joe Biden y Donald Trump por segunda vez consecutiva. El primero, que de ganar en noviembre, terminaría su segundo cuatrienio a la lozana edad de 86 años, dedicó muchas décadas de su larga vida a llegar al puesto que hoy ocupa. En este deseo, no pareció existir motivación otra que la personal. Hay gente que, desde la cuna, imagina que posee una vía directa a los más altos cargos políticos por la familia que tienen, por el apellido que les enseñaron a escribir en primer grado, por lo que le decía su abuelito al oído. En ellos, el acicate de la lucha entre posturas políticas carece de causas colectivas y se concentra en un imaginario de “grandeza”, asociado a un pedigrí equivalente al de una raza canina.
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