No nos concentremos en la lucha entre el sultán Pierluisi y la princesa Jennifer. Por las dunas se acercan los nómadas y en el horizonte asoma la esperanza, escribe Eduardo Lalo
No nos concentremos en la lucha entre el sultán Pierluisi y la princesa Jennifer. Por las dunas se acercan los nómadas y en el horizonte asoma la esperanza, escribe Eduardo Lalo
El reino de Coloniagistán queda en una posición harto excéntrica. Alejado inmensamente, con un océano y gran parte de un continente separándolo de sus antiguos colonizadores provenientes de una península asiática, el archipiélago que alberga a los fieles de la religión única y verdadera, son un ejemplo de persistencia, el Ser Supremo del Colonialismo sea loado. A diferencia de docenas y docenas de territorios, en los que los ejércitos imperiales impusieron durante siglos las sabias explotaciones de recursos naturales y poblacionales, llevadas de la mano con la conversión de los aborígenes por la espada y el cañón, a las virtudes de la religión de la misericordia a plazos y el progreso usurpado, que en un momento dado de su historia decidieron poner distancia con sus conquistadores, la lealtad de los coloniagistanos con sus dominadores es inconmensurable como las arenas y los espejismos de los desiertos.
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