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Recientemente, en una columna escrita para este diario, rememoraba el primer martes de noviembre de 1968, día en que el país vio quebrado su largo sueño estadolibrista. Entonces, el recién formado Partido Nuevo Progresista de Luis A. Ferré derrotaba inesperadamente a un Partido Popular Democrático, que llevaba décadas siendo una especie de parque temático para el esparcimiento egocéntrico y disparato de su líder. Ese día, imagino, incontables populares fieles y expopulares agrupados en el Partido del Pueblo del entonces gobernador Roberto Sánchez Vilella, dieron de frente contra las consecuencias del autoritarismo de Luis Muñoz Marín. No había nada menos “democrático” que esa agrupación política, en que ninguna acción era posible si no contaba con la aprobación de la mente delirante del hijo de Muñoz Rivera. Y a tal punto el delirio era grande, que no hacía muchos años Muñoz había afirmado que el ELA como “fórmula política única en el mundo” era superior a la soberanía de países como Estados Unidos.
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