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Todo el que lee esta columna conoce a un adicto crónico a drogas. Si tiene suerte, es solo el hombre percudido, con los brazos y las piernas cubiertas de llagas, peludo y barbudo, que apenas puede sostenerse en pie o hablar, que le pide dinero en esta o aquella calle. Si no tiene suerte, esa persona venida a menos, vulnerable, que anda día y noche al filo de la muerte, es un hijo, hermano, padre, esposo, primo, cuñado, del que lee.
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