

Se puede apostar a que no en muchos países ocurre lo que aquí la semana pasada: un puñado de personas, sin ninguna influencia en Estados Unidos y muy poca en Puerto Rico, redactaron una propuesta de independencia por decreto, trataron sin éxito de hacérsela llegar al presidente estadounidense y se reunieron con los ayudantes de dos senadores (¡dos!), a pesar de lo cual causaron un terremoto político de tal magnitud que convocó reacciones viscerales de la gobernadora, líderes y exlíderes legislativos, apasionadas columnas de prensa bañadas en paroxismo y discusiones sin fin en foros radiales y de televisión.
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