

Había pasado ya un par de meses cuando hormonal y llorosa le dije a mi esposo: detesto el mundo doméstico, me vuelve loca estar todo el día hablando de babas y caca, de vómitos y pañales mojados, quiero hablar de las cosas del mundo, quiero trabajar, parecerme un poco a mí. Acto seguido lloré pero de pura culpa, mi bebé me miraba con los ojos más amorosos con los que nadie me ha mirado, ni me mirará nunca y de repente me cuestioné —con más frustración aún— ¿cómo es que podía tener urgencia por las “cosas del mundo” cuando tenía frente a mí a un universo entero, un amor infinito que huele a pan dulce y a felicidad? ¿Cómo es que podía pensar que había algo más importante que contabilizar buches y minutos de lactancia?
Te invitamos a descargar cualquiera de estos navegadores para ver nuestras noticias: