Vivimos en una sociedad violenta, no solo por los asesinatos. La violencia es ideológica y tiránica y consiste en la constante y sostenida negación de nuestro valor personal y colectivo, escribe Eduardo Lalo
Vivimos en una sociedad violenta, no solo por los asesinatos. La violencia es ideológica y tiránica y consiste en la constante y sostenida negación de nuestro valor personal y colectivo, escribe Eduardo Lalo
A lo largo de los años, en columnas escritas para El Nuevo Día me he visto obligado a tratar de entender el fenómeno. La violencia, sobre todo la violencia auto infligida, choca. Si bien es cierto que en un mitin de favorecedores, rayanos en el fanatismo, de Donald Trump se encontrarán innumerables estadounidenses que con banderas, camisetas, gorras, etc., proclaman a los cuatro vientos la grandeza incomparable de su nación; si bien es cierto que algo muy parecido ocurre entre rusos o franceses o mexicanos y entre tantos otros pueblos, que lo mismo en la conmemoración de una fiesta patria, en una manifestación a favor de una guerra o luego de la victoria en un partido de fútbol, le dan rienda suelta a una narración de su grandeza de forma acrítica, cuando no fantasiosa o imaginaria, así, pero en negativo, ocurre con una frecuencia indicadora de lo irracional del fenómeno, entre un número significativo de puertorriqueños.
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