Resulta provocador el fundamento de la exposición: el turismo como tal es fuente de explotación, servidumbre, la distorsión del paisaje y la deformación del pobre colonizado, escribe Edgardo Rodríguez Juliá
Resulta provocador el fundamento de la exposición: el turismo como tal es fuente de explotación, servidumbre, la distorsión del paisaje y la deformación del pobre colonizado, escribe Edgardo Rodríguez Juliá
Todavía en los años ochenta la barra del Caribe Hilton era servida por mozos que Fomento Industrial reclutó para la inauguración del hotel en 1949. Eran mozos y cantineros viejos, a punto de arrastrar los pies. No conocían otro oficio; sus modales displicentes, la hosquedad y el mal humor -que compartían con los mozos de la antigua Bombonera- quizás no desentonaban en sus antiguas barriadas. Oriundos de Mulitas, Cañaboncito o Juan Asencio -¡esos barrios con nombres hermosos de nuestra ruralía!-, sí que era “gente de campo”, sirviéndoles tragos exóticos a blanquitos locales, o turistas que sólo hablaban inglés, aunque el “Spanglish” neorican comenzara a escucharse hacia esos años. Se remediaron un poco, de aquellos sus años de juventud dedicados a la servidumbre, uniéndose a la Unión de Tronquistas, por lo que jamás te servirían un trago si habían terminado sus horas de servicio. ¡Para algo estaban unionados! De no haber sido por la inauguración del Caribe Hilton, posiblemente hubiesen permanecido en sus barrios el resto de sus vidas. Cuando visité la exposición con el título largo, Trópico es Político, Arte Caribeño bajo el régimen de la economía del visitante, pensé en y recordé, con una medio sonrisa, aquellos jíbaros malhumorados destinados a servir Piñas Coladas.
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